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ARCHIVOS DE LA MEMORIA (ISSN: 1699-602X)

 

 

EDITORIAL

 

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Crisis, salud y bienestar ¿del Estado Social al Estado de Beneficencia?

Manuel Moreno Preciado
Universidad Europea de Madrid, España

Correspondencia: C/ Mirra 57, 28760 Tres Cantos (Madrid), España

Archivos de la Memoria 2012; (9 fasc. 2)

 

 

 

Cómo citar este documento

Moreno Preciado, Manuel. Crisis, salud y bienestar ¿Del Estado Social al Estado de Beneficencia?. Arch Memoria [en línea]. 2012; (9 fasc. 2). Disponible en <https://www.index-f.com/memoria/9/9200.php> Consultado el

 

 

 

 
Editorial

    A lo largo de estos años de crisis económica nos hemos ido familiarizando con términos como inflación, deflación, recesión, desaceleración, etc., que nos mantienen en un sin vivir, en un estado de permanente incertidumbre; pertenecen al mundo de las finanzas y nos resultan un tanto incomprensibles. No obstante, últimamente el término de moda se llama "recortes" y nos es mucho más cercano ya que rápidamente podemos ver sus efectos en nuestras vidas. A la luz de diferentes informes y estudios, procedentes tanto de organismos públicos y privados, como de cualificados expertos y profesionales del campo sociosanitario se ofrecen datos que apuntan a una grave brecha en el bienestar de las personas y, sobre todo, de los sectores más débiles de la sociedad.

Creo que los profesionales de la salud deberían interrogarse sobre las consecuencias de dichos recortes en la salud y el bienestar de la población ¿está en riesgo el Estado de Bienestar? ¿Qué repercusiones conlleva para la salud? En mi opinión, la Enfermería podría enriquecer, en gran medida, estas indagaciones emergentes aportando evidencias y testimonios, con enfoques cualitativos y aplicados (Amezcua, 2011),1 desde su posición cercana al contexto donde se está produciendo dicha fractura social y sanitaria.

Una vez motivado el objeto de esta reflexión, me gustaría situar, brevemente, la trayectoria histórica del denominado Estado de Bienestar. A lo largo de la historia los seres humanos, como seres sociales, han ido desarrollando formas de ayuda mutua. En este sentido, partiendo de diferentes concepciones, ideologías y credos se crearon instituciones encargadas de ayudar a las necesidades que los individuos por sí sólo no podían atender, sobre todo en caso de adversidad, infortunio, enfermedad, etc. En Occidente durante la Edad Media y bajo la influencia cristiana, el concepto de Caridad vehicula la acción social hacía el necesitado; se trata de acciones misericordiosas hacia los excluidos, aquellos que no tenían el paraguas de los señores, ni tampoco de los gremios (Siles, 2011).2 Posteriormente, en la Edad Moderna y en la Edad Contemporánea empieza a tomar cuerpo el concepto de Beneficencia, diferenciándose de la anterior etapa en el deseo de control por parte del Estado el cual se atribuye la potestad de reprimir: vigilar y castigar (Foucault, 2004)3. La ley General de Beneficencia se promulga en España en el año 1849 y se asienta sobre la idea de que la pobreza es un estado natural; es decir, las desigualdades son inherentes a la condición humana y por tanto el Estado no tiene que preocuparse de los factores que la producen, sino de sus síntomas más visibles y molestos. A finales del siglo XIX y a lo largo del siglo XX como consecuencia de las reivindicaciones obreras y sociales se abre paso el concepto de Solidaridad que en palabras de Luis de Sebastián significa: "El reconocimiento práctico de la obligación natural que tienen los individuos y los grupos humanos de contribuir al bienestar de los que tienen que ver con ellos, especialmente de los que tienen mayor necesidad" (De Sebastián, 1996);4 surgen así los sistemas de Seguridad Social. Sobre este concepto de solidaridad los países más avanzados han asentado los pilares del denominado Estado de Bienestar, considerándose como tal el que los ciudadanos puedan disfrutar de bienes colectivos como pensiones, sanidad, educación, desempleo, etc. El Estado se considera garante de estos derechos y cuando un ciudadano, colectivo o grupo social no pueda acceder a esos bienes pondrá en marcha las medidas correctoras necesarias.

Hoy, sin embargo, pasados ya más de tres años de la crisis, parece que dicho Estado de Bienestar se está deteriorando de forma importante; pensiones, sanidad y educación están siendo cuestionadas y sometidas a continuos recortes, pero, sin embargo, son los Servicios Sociales Públicos, que constituyen su cuarto pilar, quienes pasan por mayores dificultades. Algunos profesionales y expertos no dudan en alertar sobre lo que califican como el desmantelamiento de la solidaridad pública ¿exageran?

 El "VI Informe, 2010 Cáritas ante la crisis",5 publicado el 6 de julio de 2011 ofrece datos elocuentes: el número de personas atendidas ha pasado entre 2007 y 2010, de 400.000 a 950.000; el número de solicitudes de ayuda se ha duplicado entre 2007 y 2010, pasando de 910.812 a 1.812.801; en 2010 unas 300.000 personas acudieron por primera vez a Cáritas. El informe recoge que las principales necesidades demandadas son: alimentos y ropa; ayudas para la deuda de alquileres, para evitar desahucios o para renegociar hipotecas; ayudas para acceder al empleo; demandas de ayuda para asuntos legales y de extranjería; demandas de apoyo psicológico (depresiones, deterioro de las relaciones familiares, ansiedad, sensación de fracaso, pérdida de autoestima, tristeza, etc.); solicitudes relacionadas con salud, especialmente tratamientos médicos y medicamentos. Cáritas detalla los perfiles sociodemográficos de los demandantes de ayuda: destacan los parados de la crisis (antes "recientes" y ahora de larga duración) procedentes de empleos de baja cualificación; familias jóvenes con uno o dos niños pequeños; jóvenes parados en busca del primer empleo; mujeres solas con cargas familiares -generalmente no compartidas- y con problemas de conciliación entre vida familiar y laboral, así como todo tipo de personas en situaciones de adversidad, como el desempleo, la enfermedad, la discapacidad, etc. Un aspecto destacable del informe es lo que denomina el fenómeno de la "derivación" que consiste, sencillamente, en el trasvase de personas desde los servicios sociales públicos a las organizaciones sociales como Cáritas y que constituyen un 67% de las personas atendidas.

Este detallado informe coincide en gran medida con otros estudios y opiniones de destacados organismos y expertos del campo social. Por ejemplo, en relación al impacto de la crisis, el INE en su "Encuesta de Condiciones de vida. Año 2010"6 ofrece datos impactantes: los ingresos medios anuales de los hogares españoles disminuyeron un 2,9% respecto al año anterior; el 36,7% de los hogares afirma que no tiene capacidad para afrontar gastos imprevistos, con un aumento de 2,7 puntos respecto al año 2009; el 20,8% de la población residente en España está por debajo del umbral de pobreza relativa. En 2009 este porcentaje se situó en el 19,5%; tres de cada 10 hogares manifiestan llegar a fin de mes con dificultad o mucha dificultad.

El reportaje "Para la crisis, derechos asistenciales, no caridad" (El País, 16 de agosto de 2011)7 analiza el estado de los servicios sociales y corrobora el análisis de Cáritas afirmando que dichos servicios sociales están adelgazando, justo cuando más necesarios son: "Se puede decir que los están dejando en los huesos, en su estructura más básica, y encima hay una tendencia a devolverlos al asistencialismo, más propio de la antigua beneficencia que de un derecho público consagrado", critica Ana Lima, presidenta del Consejo de Trabajadores Sociales. En el mismo reportaje Vicenç Navarro, catedrático de Políticas Públicas de la Universidad Pompeu Fabra critica que: "La reducción del gasto público social está afectando negativamente al bienestar y la calidad de vida de grandes sectores de la ciudadanía. Estos recortes no pueden ser sustituidos por acciones benéficas de carácter caritativo. Estas organizaciones no tienen ni los recursos ni las infraestructuras para suplir los servicios públicos que están siendo eliminados. Es volver al siglo XIX, cuando ya estamos en el siglo XXI".

Las personas que no tienen más remedio que acudir a la ayuda de las organizaciones sociales, sienten a veces sentimientos de vergüenza y de baja autoestima. Ahora más que nunca vemos aparecer comedores sociales y cabría preguntarse si obligar a las personas necesitadas a desplazarse a lugares donde se le hace entrega de alimentos o ropa no agrava el riesgo de estigmatización social. Un fenómeno parecido surgió en EEUU durante los años de la Gran Depresión; también millones de personas empobrecidas tuvieron que ser atendidas en instituciones públicas y privadas, produciéndose graves problemas de salud pública (De Sebastián, 1996).4 Sin embargo, en EEUU el estado promovió una importante red asistencial con financiación pública en el marco de lo que se denominó el welfare, mientras aquí, paradójicamente, lo que se está promoviendo es la debilitación del estado social

El nexo entre la salud y el entorno social fue reconocido por la OMS en el año 2005 cuando se establecieron los factores sociales determinantes de la salud y fue también entonces cuando se señaló la importante función que tienen las enfermeras junto con otros profesionales de la salud para conseguir la equidad en el acceso a la salud y para lograr la reducción de las desigualdades sociales. Por lo que se puede ya establecer una conexión lógica entre la problemática social y la salud de las personas. Sobre todo, se desprende la necesidad da "arrimar el hombro" entre todos los sectores implicados -población, instituciones, profesionales- para hacer frente a una situación sociosanitaria bastante preocupante. El reto consiste en impedir que la salud de la población retroceda y sobre todo que se proteja a quienes suelen ser los más afectados en los periodos convulsivos como niños, ancianos, mujeres; también hay, desde el ámbito social, grupos y colectivos especialmente vulnerables: enfermos crónicos, discapacitados, parados, etc. Por otra parte, al calor de las crisis se cierne la amenaza del chivo expiatorio sobre quienes siendo víctimas del sistema son señalados como culpables como es el caso de las minorías estigmatizadas, inmigrantes, gitanos, drogodependientes, etc. (Moreno Preciado, 2008).8

El CIE (Consejo Internacional de Enfermeras) requiere de las enfermeras un fuerte compromiso basado en la profesionalidad y la ética y menciona que el Código Deontológico se rige por los principios de derechos humanos y de equidad especificando en materia social que: "la enfermera comparte con la sociedad la responsabilidad de iniciar y favorecer la actuación para satisfacer la necesidad de salud y social del público, en particular las de las poblaciones vulnerables".9 Las enfermeras y enfermeros tienen que ser conscientes de la relación que existe entre el bienestar (en sentido amplio) y el déficit de salud (en sentido específico).

Si bien tenemos que ser conscientes de que las crisis económicas obligan a determinados ajustes que necesariamente limitarán y condicionaran los servicios sanitarios, es necesario, sin embargo, mantener una actitud crítica y vigilante ante los denominados "recortes". Coincido con Adela Cortina10 en que estamos obligados a "no despilfarrar", pero también debemos evitar que la crisis sirva de coartada para quienes, aprovechando que el "Pisuerga pasa por Valladolid", pretenden en realidad la privatización de la sanidad y la supresión de los servicios sociales. Nuestro compromiso ético con los pacientes y con la población en general nos lleva a trabajar para convertir esta situación en una oportunidad, en un nuevo reto profesional ¿cómo afrontarlo? A modo de reflexión final expongo las palabras que en 1932 pronunció el presidente saliente de la Asociación Norteamericana de Salud Pública, Dr. Louis I. Dublin:

"¿Acaso necesitamos, nosotros, los trabajadores de la salud norteamericanos, un mejor credo o una inspiración más grande para continuar? La nuestra es la gran oportunidad. Cuando todo el mundo está enfermo, cuando los negocios flaquean y los consejeros titubean, por lo menos nosotros sabemos qué hacer: ¡Estemos del lado de la ocasión! Permítasenos conservar nuestro elevado propósito de mantener, contra viento y marea, a la gente sana".

Bibliografía

1. Amezcua, Manuel. Investigación Aplicada en Cuidados de Salud. Index Enferm. 2010; 19(4): 237-39.
2. Siles, José. Historia de la Enfermería. 1ª ed. Madrid: DAE; 2001.
3. Foucaul, Michel. Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión. 34ª ed. Buenos Aires: Siglo XXI; 2005.
4. De Sebastián, Luis. La solidaridad: Guardián de mi hermano.1ª ed.Barcelona; Ariel; 1996.
5. VI Informe, 2010 Cáritas ante la crisis (2010). Disponible en: <https://www.caritas.es/qhacemos_campanas_info.aspx?Id=602> [Consultado el 20 de diciembre de 2011].
6. Instituto Nacional de Estadística [Sede Web]. Encuesta de Condiciones de vida. Año 2010. Madrid: INE; 2010. Disponible en: <https://www.ine.es/prensa/np627.pdf> [Consultado el 21 de diciembre de 2011].
7. Morán, Carmen. "Para la crisis, derechos asistenciales, no caridad". El País. Martes 16 de agosto de 2011.
8. Moreno Preciado, Manuel. El cuidado del "otro". 1ª ed. Barcelona: Bellaterra; 2008.
9. Resolver la desigualdad: aumentar el acceso y la equidad. Consejo Internacional de Enfermeras, Ginebra. Disponible en: <https://www.slideshare.net/fjalemany/da-internacional-de-la-enfermera-2011> [Consultado el 2 de enero de 2012].
10. Cortina, Adela. ¿Sanidad sostenible? El País. Miércoles 4 de enero de 2012.

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