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Evidentia 2005 mayo-agosto; 2(5)

Manuscrito aceptado el 18.03.05

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La necesidad de los psiquiátricos: más despropósitos para la estigmatización

Germán Pacheco Borrella1.
1Enfermero especialista en Enfermería de Salud Mental. Presidente de la Asociación Nacional de Enfermería de Salud Mental (ANESM).

 

Cómo citar este documento: Pacheco Borrella, Germán. La necesidad de los psiquiátricos: más despropósitos para la estigmatización. Evidentia 2005 mayo-agosto; 2(5). En: https://www.index-f.com/evidentia/n5/118articulo.php [ISSN: 1697-638X]. Citado el

Aclaraciones
     Con motivo de la publicación el día 1 de septiembre de 2004 en el periódico La Razón de un artículo titulado "La necesidad de los Psiquiátricos", en el que la periodista A. Caso polemizaba sobre la psiquiatría actual, la Asociación Nacional de Enfermería de Salud Mental, en su nombre el Presidente, envió una respuesta dirigida al director del periódico, D. José Antonio Vera con objeto de que fuera publicada.
     Dado que la carta no fue publicada y considerando la importancia de una polémica que trae a colación los Psiquiátricos de viejo cuño, es prioritario dar voz a los expertos, personas facultadas para emitir juicios profesionales competentes y realistas sobre una compleja realidad. ¿Son necesarios los Psiquiátricos? ¿Hay respuestas en la Reforma Psiquiátrica que nos ayuden a evitar la locura de la Institucionalización de los Psiquiátricos como instituciones totales? La posición es muy clara pero hay que conocerla de mano de quien sabe.
     Por este motivo es que la Redacción de Evidentia publica el presente documento: porque debe publicarse la opinión de expertos, porque deben aclararse conceptos que eviten errores del pasado, porque una publicación profesional es un fondo documental que deja una huella impresa, recuperable y con una cronología.

    Sorprende e indigna que se viertan opiniones a la ligera, sin reflexionar acerca de la trascendencia dañina que puedan tener sobre terceras personas. Pero la sorpresa es mucho mayor cuando profesionales de reconocido prestigio hablan sobre lo que desconocen y encima contribuyen a lo que hoy día se ha dado en llamar "alarma social". Este el caso de la escritora Dña. Ángeles Caso y su artículo "La necesidad de los psiquiátricos", publicado en Tribuna Libre del periódico La Razón.

    Empiezo por expresar mis condolencias y mi pesar a la familia de D. Francisco Gómez, por su fallecimiento, tal como cita la Sra. Caso en su artículo. Pero también deseo expresar mi solidaridad, comprensión y afecto a todas aquellas personas que tienen un sufrimiento psíquico y a las familias que, cotidianamente, tienen que bregar con un trastorno mental en su seno; sufrimiento que, como profesional de enfermería de salud mental, trato de suprimir o cuando menos aliviar con los cuidados especializados que vengo prestando desde hace 25 años aproximadamente.

    Dejo para los profesores de las facultades de ciencias de la comunicación y para los alumnos de periodismo el análisis del escrito de la Sra. Caso, pero no puedo dejar de señalar las inexactitudes y el cúmulo de despropósitos en que incurre, amén de la desinformación que pone de manifiesto.

    Lejos de ayudar a la integración social de los enfermos mentales, se viene a contribuir -quién sabe si inconscientemente- a seguir favoreciendo la estigmatización social. Y se hace añadiendo leña al fuego: contribuye la escritora a una construcción social negativa del enfermo mental, que se ha venido produciendo en nuestra cultura a lo largo de nuestra historia, y que tiene que ver con los tabúes y el desconocimiento. Y hasta cierto punto es comprensible, porque: ¿quién no insertado en su chip mental frases como las siguientes?: "está loco de atar", al referirnos a una conducta impropia de un sujeto acorde con su edad de desarrollo; o aquella otra que decimos cuando nos enteramos de hechos tan reprobables como, por ejemplo, la violencia de género, las acciones terroristas, los abusos sexuales a menores: "se necesita estar loco...".  Estas son las pequeñas cosas de la vida cotidiana que nos van calando hondamente y que acabamos aceptándolas, naturalizándolas acaso y sin pararnos a pensar qué se deriva de ellas. Michel Foucault en su obra Vigilar y Castigar nos habla de la gran importancia que tienen los pequeños detalles de la vida cotidiana y en este sentido asevera que "una observación minuciosa del detalle, y a la vez una consideración política de estas pequeñas cosas, para el control y la utilización de los hombres, se abren paso a través de la época clásica, llevando consigo todo un conjunto de técnicas, todo un corpus de procedimientos y de saber, de descripciones, de recetas y de datos. Y de estas fruslerías, sin duda, ha nacido el hombre del humanismo moderno".

    Quizás, la Sra. Caso se ha precipitado, pero ahí queda escrito. Nos ha alarmado a los profesionales, a los enfermos mentales -que en ningún caso se identifican como violentos ni asesinos-, a los familiares y a la sociedad -que, probablemente, seguirá temiendo a "un hombre de 34 años con problemas psiquiátricos"- al identificar violencia con enfermo mental -"¿Quién puede imaginar que morirá con violencia a manos de un ser cercano?,  ¿Quién podría creerse, a  los 86 años, que sería asesinado por su propio hijastro?"-. Flaco favor nos acaba de hacer la Sra. Caso. A quién, por cierto, aprovecho para preguntarle: ¿sabe usted cuántos enfermos mentales son autoagresivos porque no pueden soportar el sufrimiento que, a veces, les genera el trastorno mental que padecen? Posiblemente se sorprendería usted y todos los lectores de La Razón.

    En abril de 1985, se publicó el Informe de la Comisión Ministerial para la Reforma Psiquiátrica. Este documento y al Artículo 20 de la Ley General de Sanidad de 1986 (14/86, de 25 de abril), constituyen lo que podríamos denominar el "Programa Marco" de Salud Mental. Hasta entonces, estaba vigente una normativa que data -si no me falla la memoria- de 1931, por la cual sí parece que era posible que un alcalde, por ejemplo, propiciara el internamiento de un enfermo mental pero no un cabeza de familia; otra cosa es que se buscaran las triquiñuelas para conseguirlo. Esto hoy no es posible, gracias a que, con el devenir de la sociedad democrática, los derechos civiles de los enfermos mentales están garantizados por el artículo 763 de la Ley de Enjuiciamiento Civil -Ley 1/2000, de 7 de enero de 2000, en vigor desde el 8 de enero de 2001-, que sustituye y amplía el contenido del artículo 211 del Código Civil -derogado por esta misma Ley-. Por otra parte, es cierto que las distintas reformas psiquiátricas que se han llevado a cabo en algunas Comunidades Autónomas hayan contribuido a cerrar algunos hospitales psiquiátricos, de lo cual muchos nos alegramos infinito. Pero es incierto que "no existen hospitales para estos enfermos". Invito a la Sra. Caso a que visite los existentes en Extremadura, Castilla y León, Castilla-La Mancha, Cataluña, Baleares, etc.; o incluso que visite el Hospital Psiquiátrico de Álava, sito en Vitoria-Gasteiz. Y además de todos estos que visite las unidades de psiquiatría de los hospitales generales de Asturias o de Andalucía, donde sí que ya no existen los manicomios. Instituciones éstas que fueron creadas como defensa fóbica de una sociedad regresiva, acomodaticia e intolerante.

    La relación entre el profesional sanitario y el ciudadano que padece una alteración de su salud o una enfermedad es asimétrica, en tanto que se establece una dependencia entre el individuo y el experto. Esta relación de subordinación era especialmente calamitosa en el caso del trastorno mental grave. Quizás, por ello, algunas prácticas psiquiátricas, en la tradicional institución manicomial, se han caracterizado por la vulneración de los derechos de los enfermos mentales, quienes han estado -o pueden seguir estando- indefensos frente al poder de los expertos, sancionados socialmente para ejercerlo. ¿Es esto lo que reclama la Sra. Caso?

    Por tanto, no es de extrañar que uno de los objetivos primeros que se propusieron al iniciar los procesos de Reforma Psiquiátrica de la década de los años ochenta del pasado siglo XX, fuera la humanización de la asistencia en los hospitales psiquiátricos, así como sustituir la reclusión, contención y custodia de los enfermos mentales -principalmente de los psicóticos-, por formas de atención menos degradantes y más terapéuticas y rehabilitadoras -provenientes de alternativas que trataban de cuestionar lo establecido, como la corriente llamada antipsiquiatría, que en España tuvo escaso eco, por cierto-. Así, progresivamente, se fueron suprimiendo las celdas de aislamiento, las medidas coercitivas -contención mecánica, por ejemplo, sin criterios terapéuticos-, los abusos, las terapias de choque, etc. El manicomio, como institución total -tal como señala Erving Goffman en su obra Internados- genera yatrogenia -síndrome institucional-, despersonalización, descapacitación y desocialización; además, junto a esta tendencia absorbente del manicomio, tiende a favorecer la violación de los derechos más elementales de la persona. Esto no es una realidad tan lejana como pudiera parecer a primera vista. Pero aún, cuando se estima superado el manicomio -aunque falta mucho para ello-, quedan los prejuicios sociales, la  estigmatización y los estereotipos asignados a determinados actores sociales, como los etiquetados de esquizofrénicos, histéricos o maníacos.

    Sra. Caso y lectores de La Razón: ¿creen que los ciudadanos españoles etiquetados como enfermos mentales no tienen derecho a vivir integrados en la sociedad y que ésta no está obligada a asumir el riesgo que su presencia supone? Si respondieran que no, les daré sólo un dato: el uno por ciento de la población, como señalan los estudios epidemiológicos, padece o padecerá de esquizofrenia a lo largo de su vida; esto es: 400.000 españoles en cifra redonda. ¿Quieren enclaustrarlos de por vida en manicomios? Si añadimos otras patologías la cifra a buen seguro se multiplicaría exponencialmente. ¿Qué sociedad democrática haría tal cosa?

    Que debe existir un Plan Nacional de Salud Mental que garantice la atención y los cuidados a los enfermos y las familias -independientemente de la Comunidad Autónoma en la que resida-, sí. Que los recursos de apoyo a las familias con un enfermo mental son insuficientes, también. Pero, por favor, huyamos de los tópicos -asimilar el enfermo mental al vagabundo o al mendigo, como sucede en otras culturas en donde la concepción de la familia difiere sustancialmente de la nuestra- y evitemos la estigmatización a la que somos tan proclives, al parecer -cáncer igual a muerte, SIDA igual a vergüenza y asco, enfermo mental igual a violencia y asesinato-.

    También deseo poner de manifiesto que la inmensa mayoría de los enfermos mentales atendidos en los dispositivos de atención a la salud mental existentes en España, no son precisamente ciudadanos que padezcan una psicosis esquizofrénica. Por tanto, cabría preguntarse: ¿qué sentirán esas personas cuando se propone desde un medio como La Razón que deberían estar encerrados en un manicomio? Porque, ¿quién no tiene filias y fobias? -a veces tan o más invalidantes que las psicosis-, ¿quién no tiene o ha tenido trastornos por ansiedad, depresión...? Soy  de los que sostienen que, por exclusión, quienes no somos psicóticos, somos neuróticos, todo depende de la capacidad adaptativa que tengamos y cómo manejemos nuestros mecanismos de defensa. Y la neurosis de antaño, el trastorno por ansiedad de hoy, también es considerada clínica y socialmente como una enfermedad mental.

    Para terminar, diré que es probable que tanto la ideología de la Sra. Caso como la mía queden reflejadas en su escrito y en este que suscribo, pero no confundamos a los ciudadanos al decir:  "habrá que revisar los conceptos que llevaron a la clausura de los hospitales psiquiátricos -ya he dicho que esto no es cierto en la mayoría de las Comunidades Autónomas- y a la prohibición de la reclusión forzosa, conceptos más ideológicos que científicos..."  Hoy día, la comunidad científica puede demostrar a todos que un manicomio no sirve absolutamente para nada. Los avances científicos y tecnológicos posibilitan atender a cualquier enfermo mental sin enclaustrarle de por vida, sin marginarlo socialmente.

    Concluyo sumándome a lo que sostiene Bofarull Álvarez cuando dice que un enfermo mental no es ese individuo indigente, al que nos tienen acostumbrados los circuitos ideológicos oficiales. Su personalidad está enferma, ciertas actitudes son antisociales, pero ello no quiere decir que la totalidad de su ser sea patológica. Más bien al contrario, es capaz de asumir responsabilidades y actuar en relación con unas normas. Sólo espera de nosotros que seamos capaces de comprenderlo.

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