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TEMPERAMENTVM ISSN 169-6011

 

 

EDITORIAL

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Curar y cuidar: La enfermedad como experiencia

José Carlos Bermejo Barrera1
1Catedrático de Historia Antigua. Universidad de Santiago de Compostela, España

Correspondencia: Facultade de Xeografía e Historia. Praza da Universidade s/n, 15782 Santiago de Compostela, España

Temperamentvm 2014; 19

 

 

 

Cómo citar este documento

Bermejo Barrera, José Carlos. Curar y cuidar: La enfermedad como experiencia. Temperamentvm 2014, 19. Disponible en <https://www.index-f.com/temperamentum/tn19/t1614.php> Consultado el

 

 

 

    Decía el psiquiatra Ronald Laing que la vida es una enfermedad de transmisión sexual con una tasa de mortalidad del 100%. Laing convivió con los enfermos mentales casi toda su vida y sabía del curso inexorable de enfermedades como la esquizofrenia, que acabaría por devorar a su propia hija, y por ello es comprensible su pesimismo, pero también es verdad que su aforismo esconde una gran verdad. Y es que nuestra vida es un proceso que se desarrolla en el tiempo, que tiene un curso propio, regido por miles de leyes de las que no conocemos casi nada, y que se autorregula colectivamente en sus facetas biológicas, psicológicas y sociales.

Toda enfermedad es tres cosas inseparables a la vez: un proceso biológico, un proceso psicológico y un proceso social, y a veces económico. Estas tres facetas son inseparables, pero nosotros tendemos a ver la enfermedad básicamente como un proceso biológico: anatómico, fisiológico o microbiológico, tal y como lo conceptualiza el pensamiento médico en sus textos desde el mundo griego en adelante. Para los hipocráticos una enfermedad era un proceso natural, llamado nósos, que se mostraba solo por sus signos o síntomas y que transcurría de un modo casi siempre indefectible. El médico describía ese proceso en su transcurso hasta llegar a su fin. Su misión era describir y contar lo que se ve, lo que los griegos llamaban autopsia, con el fin de poder controlar el proceso y diferenciarlo de otros, al clasificarlo y al ponerle un nombre. A eso lo llamaron diagnóstico, y a la posibilidad de predecir su desenlace pronóstico. El médico es un espectador imparcial, él quiere conocer el proceso patológico de un modo objetivo y por eso debe ser neutral y no implicarse emocionalmente ni socialmente en él. Por eso mira al enfermo desde arriba y en la distancia. En su mirada la enfermedad es un espectáculo digno de observar con curiosidad y sin pasión hasta el final, y por ello hubo escuelas médicas como el "nihilismo terapeútico" de los vieneses de fines del siglo XIX, que consideraban que, dado que la enfermedad remite y se cura por sí misma o sigue su curso inexorable, el medico ha de describirla y analizarla con la esperanza de poder quizás preverla, pero nada más, ya que básicamente está asistiendo a un drama científico natural.

La medicina es el arte de prevenir y curar las enfermedades con los modos de que se dispone en cada momento histórico. Nuestra medicina actual se basa en tres tipos de ciencias: las anatómico-biológicas, desde la citología a la histología; las químicas y bioquímicas, desde la fisiología a la genética; y las microbiológicas, para el campo de las enfermedades producidas por agentes patógenos externos. Con su ayuda conocemos algo de algunas enfermedades, poco o nada de muchas y seguimos ignorando miles de procesos patológicos ocultos ahora, como lo eran las infecciones cuando no se conocía su mecanismo, los cánceres, las enfermedades cardiovasculares, por no hablar del mundo de las enfermedades mentales en el que estuvieron incluidos hasta no hace mucho el lesbianismo o la homosexualidad, y en el que no se distinguía entre lo neurológico y lo psiquiátrico, tal y como hoy se puede hacer.

Semelweiss consiguió reducir en Viena la mortalidad de las parturientas obligando a lavarse las manos a médicos y comadronas. El no conocía el mecanismo de una infección posparto, pero supo cómo evitarla. En la Edad Media la gente sabía que si uno se iba al campo cuando llegaba la peste y volvía una vez que hubiese diezmado su ciudad estaría a salvo, y también sabía que quemar las casas de los infectados y aislar sus cadáveres tenía un efecto muy beneficioso. Aunque también se creía que la peste la podían causar los judíos o los leprosos que habían contaminado los pozos y que las oraciones y rogativas podían ayudar a aplacar a Dios, que podía enviarla como castigo por los pecados. Durante miles y miles de años los humanos aprendimos a curar o paliar heridas, fracturas y traumatismos, como ha estudiado G. Majno en su libro The Healing Hand (1975). Los usos medicinales de plantas, animales y sustancias minerales fueron conocidos desde la prehistoria, con mayor o menor eficacia, y las primeras farmacopeas griegas y romanas no fueron más que sistematizaciones de un saber milenario compartido por hombres y mujeres y transmitido oralmente. Y es que, antes de que la profesión médica se constituyese como parte del saber racional científico o filosófico, y conviviendo con él, la humanidad ha sabido luchar contra las enfermedades de diferentes modos que sobreviven hasta la actualidad.

Sobre el proceso biológico en el que se desarrolla la enfermedad, que solo se puede conocer fragmentariamente, se alza la enfermedad como experiencia y vivencia. Yo puedo saber lo que es el cáncer, pero si me lo diagnosticasen cambiarán mi vida y mi visión del mundo. Nadie puede saber lo que se sufre realmente con una enfermedad si no la padece, y por eso resultan casi siempre incomprensibles las enfermedades mentales y se intenta desesperadamente creer que solo son enfermedades como las demás, aunque todos sabemos que las enfermedades se "tienen" - "tengo la gripe"-, pero las psicosis no, porque decimos "es un esquizofrénico", no "tiene la esquizofrenia".

La enfermedad vivida afecta a la totalidad de la persona, pero no solo a ella sino a su medio social y familiar. La enfermedad vivida es una experiencia compartida, por los enfermos y las personas que los ayudan o los cuidan, mientras los médicos los ven científicamente en la distancia, una distancia también necesaria, imprescindible en la cirugía, pero que puede llevar al médico a la inhumanidad y al sadismo o al ensañamiento terapéutico, un ensañamiento en el que la psiquiatría tuvo un desgraciado protagonismo con lo que E. Valenstein (1986) llamó "curas grandes y desesperadas": lobotomía, shocks con insulina, metrazol, eléctricos...

El médico analiza la enfermedad e intenta curarla partiendo de parámetros diversos: quirúrgicos, farmacológicos...; el enfermo y sus cuidadores la viven, la comparten. No es verdad que la enfermedad de verdad sea la que el médico ve y la visión del enfermo y sus cuidadores sea falsa o subjetiva. Es mucho más verdadera la experiencia directa de la enfermedad que comparten ahora enfermos y enfermeras, que casi siempre son mujeres. Es esa experiencia social y personal de la enfermedad la que se ha desarrollado a lo largo de la historia y con la que la humanidad ha logrado sobrevivir, porque la vida se paga con la muerte, pero de la vida surge la vida y esa trasmisión también ha correspondido básicamente a las mujeres que han parido a los niños, muchas veces solamente con la ayuda de otras mujeres, los han alimentado, protegido y cuidado como sabían cuando lo necesitaban. Los hombres somos seres sociales y por eso el balance de la vida y la muerte es básicamente colectivo, ya que la mortalidad está en equilibrio con la natalidad, en sus fases expansivas o regresivas.

Existe un continente oculto en la historia de la medicina. Es el continente de la enfermedad vivida personal y socialmente, de la salud como fenómeno social, económico e histórico, unida a la riqueza o la pobreza, a la paz o a la guerra, a la higiene o la podredumbre, al placer o al dolor. Ese continente no es el del estudio científico de la enfermedad, cuya importancia nadie puede negar, es el del cuidado de la enfermedad vivida que ha correspondido históricamente mucho más a las mujeres. ¿Por qué? ¿Por su destino biológico? No solo. ¿Por su situación de subordinación social económica y política? En parte claramente sí. ¿Porque el modo de pensar de la mujer abarca aspectos complejos del pensamiento humano comunes a todos, pero que las mujeres manejan con más habilidad, como son los afectivos y el mundo de las relaciones en pequeños grupos? En parte también. ¿Podemos deducir de ello un destino y así la diferencia de los géneros, para bien o para mal? No deberíamos hacerlo. Deberíamos observar y contar cómo fue la historia de las mujeres, una historia que no puede comprenderse con las categorías con las que hasta ahora se escribía la historia, y una historia en la que la descripción de la enfermedad vivida, compartida y cuidada durante miles y miles de años de historia humana, protagonizada básicamente por los que no escribieron nada: los enfermos y sus cuidadoras, será una clave básica para comprender qué significa ser o estar enfermo.
 

Bibliografía

Bermejo Barrera JC (2007). Moscas en una botella. Cómo dominar a la gente con palabras: Madrid: Akal.

Majno G (1975). The Healing Hand: mand and wound in ancient world. Cambridge (Mass.): Harvard University Press.

Valenstein ES (1986). Great and Desperate Cures: The rise and fall of psychosurgery and other radical treatments of mental illness. New York: Basic Books.

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