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TEMPERAMENTVM ISSN 169-6011

 

 

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El Doctor Inverosímil y otras novelas (Obras completas IX)
Ramón Gómez de la Serna
Editorial Galaxia Gutemberg y Círculo de Lectores. Barcelona, 1997. 1.117 Págs.

Autor del comentario:
Francisco Herrera Rodríguez

Temperamentvm 2013; 18

 

 

 

Cómo citar este documento

Herrera Rodríguez, Francisco. El Doctor Inverosímil y otras novelas (Obras completas IX), de Ramón Gómez de la Serna [comentario de texto]. Temperamentvm 2013, 18. Disponible en <https://www.index-f.com/temperamentum/tn18/t1800.php> Consultado el

 

 

 

Ramón y "El Doctor Inverosímil"

    En 2013 se cumplen los cincuenta años del fallecimiento de Ramón Gómez de la Serna (1888-1963) y en el año próximo celebraremos el centenario de la edición de El Doctor Inverosímil, novela que como es sabido tuvo ediciones posteriores con retoques, supresiones y adiciones hechas por el propio Ramón. Esta novela sorprende porque no está dotada del tradicional planteamiento, nudo y desenlace, de hecho una vez leídas las primeras páginas podemos ir de una página a otra según nos plazca. Esta libertad creadora que presidió la obra del escritor madrileño sin duda se debe, en parte, a su aversión por la novela burguesa, no olvidemos que desde su atalaya de Pombo, en la madrileña calle Carretas, acabaría por ser un foco de difusión de las vanguardias.

Esta novela, El Doctor Inverosímil, en la cual se narran los casos clínicos del doctor Vivar está llena de metáforas y greguerías ramonianas; la greguería fue definida por Ramón con una certera ecuación "matemática": humorismo + metáfora = greguería. En este libro se pueden encontrar brillantes metáforas sobre la medicina, la salud y la enfermedad; cosa que no nos sorprende porque, como ha indicado Ignacio Soldevilla, Ramón tuvo una temprana obsesión por la enfermedad y por la muerte, aunque también es verdad que desconfió de los médicos "y desarrolló una tendencia al autodiagnóstico y la automedicación". Quizás por eso se inventó un personaje tan peculiar, el doctor Vivar ("el doctor de los casos desesperados y oscuros") que vivía en una casa de hondo poder terapéutico; si Pedro Laín hablaba sobre el poder terapéutico de la palabra del médico en la Grecia clásica, resulta que este doctor Vivar comenzaba a curar al enfermo por el entorno y la casa en donde vivía:

"El doctor Vivar (...) vive aquí, al lado vuestro, pared por medio de vosotros, en una calle pacífica y clara, arrinconado, desconocido, en una casa modesta, pero de alegres balcones de ingenuo mirar (...). Cuando miran los enfermos esta casa, ella influye en sus espíritus, les calma, les hace indudablemente buena impresión. Ya entran un poco curados en la casa del doctor, curados por cómo pone en sus miradas un calmante la casa, sus alrededores, esa cosa de punto final y de límite que tiene y que él ha buscado a propósito".

Por esto y otras cuestiones que iremos planteando traemos a colación este libro; cuando lo editó en 1914 parece que se adelanta o intuye algunos conocimientos médicos que estaban aún por desarrollarse o simplemente por divulgarse en nuestro país. En este sentido el profesor Sánchez Granjel, en su Retrato de Ramón, señala por ejemplo, que Gómez de la Serna fue pionero en España en dar tratamiento literario al psicoanálisis freudiano. Todo esto pudo ser por intuición o también porque su oído y su mirada atenta estaban al corriente de lo que se decía o se escribía por esas fechas, pongamos algunos ejemplos para precisar lo que decimos, que no es precisamente que Ramón sea introductor en nuestro país de las ideas freudianas, pero sí como bien dice el profesor Granjel fue un adelantado en utilizarlas literariamente. Antes de entrar en esta faena debemos recordar que como ha señalado Gonzalo Cabello Arribas, siguiendo a Peter Gay, el psicoanálisis no sólo enriqueció a la ciencia médica sino también al mundo mental del artista, en este sentido habría que recordar buena parte de la obra de Salvador Dalí. El propio Freud se preguntaba, en 1908, de dónde saca el poeta sus temas. Esto nos lleva a una idea sabida y muy reconocida de que el arte y el psicoanálisis se han retroalimentado y quizás se siguen retroalimentando mutuamente.

Pero no hay que olvidarse de lo que nos preocupa ahora, que es el cómo y cuándo se introducen las ideas freudianas sobre el psicoanálisis en España, más que nada por enmarcar la aportación literaria ramoniana; en este sentido debemos precisar, sin ánimo de agotar el tema, que en 1893 la Revista de Ciencias Médicas de Barcelona y la Gaceta Médica de Granada publicaron una traducción del artículo de Breuer y de Freud, "Mecanismos psíquicos de los fenómenos histéricos". En 1909 el doctor Gayarre, en la Revista Clínica de Madrid, sacó un estudio crítico titulado "La génesis sexual del histerismo y de las neurosis en general". Poco después, en 1911, el filósofo José Ortega y Gasset, figura indiscutible en la introducción del psicoanálisis en nuestro país, realizó una descripción muy amplia sobre la teoría psicoanálitica en un extenso artículo publicado en el periódico La lectura: "Psicoanálisis, una ciencia problemática"; y en el mismo año en que Ramón publica la primera edición de El Doctor Inverosímil, en 1914, Enrique Fernández Sanz saca a la luz un artículo en Los Progresos de la Clínica en el que estudia el psicoanálisis como procedimiento psicoteraupéutico y de psicodiagnóstico. Quiere esto decir que el caldo de cultivo era más que suficiente para que Ramón, contaba veintiséis años de edad cuando publicó la novela, tuviera al menos una somera información para fundamentar algunas de las ideas del doctor Vivar en cuanto a cuestiones psicoanáliticas y psicosomáticas. Sorprende, pues, que en la edición de la novela del año 1941 escriba un prólogo en el que afirme, obviando el ensayo de Ortega y Gasset, lo siguiente: "No se conocía aún en España -fuera de algunos especialistas de la psiquiatría que leían el alemán- el nombre y la doctrina de Freud". Todavía es más rotundo, y esto sorprende, cuando afirma:

"Al releer ahora en pruebas esta nueva edición de mi libro lo que me ha hecho verdadero efecto es pensar que en 1914 tuviese el atrevimiento de mis psicoanálisis cuando no los escudaba ni los había precedido prueba de autoridad ninguna, pues hasta el final de la guerra y en la valija diplomática no recibe el editor Ruiz Castillo las obras del doctor Freud, inexistentes en las librerías españolas".

Esto puede indicar que Ramón en 1914 no estaba al tanto del citado ensayo orteguiano, pero en 1941 nos extraña (sobre todo conociendo su relación con el filósofo) que en tres décadas no hubiera escuchado o leído algo sobre el mismo. De todas formas a Ramón no hay que juzgarlo como un científico sino como un creador y hay que dar por cierto que "toda la obra fue hecha en ese estado de sonambulismo y de precursión que satisfacen al artista cuando aparece algo que trae sorpresa, originalidad, conciencia pura de invención". En todo esto quizás debamos considerar la idea que argumentó Francisco Umbral, en Ramón y las vanguardias, y que pocos han sabido comprender como lo ha hecho Ignacio Soldevilla: "...las novelas de Ramón (...) no estaban pensadas dramáticamente sino líricamente". Y es que "lo lírico no es otra cosa que la emoción del tiempo". Eso mismo creo que le pasó a Umbral en la mayor parte de sus novelas, tanto en las que son celebradas como obras mayores de la literatura como en las fallidas; sus novelas estaban pensadas líricamente y no dramáticamente; quizás por eso gustan tanto este tipo de escritores, como Gabriel Miró o Marcel Proust, porque nos adentran en los meandros de la vida o mejor dicho "en la emoción del tiempo".

Jean Paul Sartre defendía, en ¿Qué es la literatura?, que "escribir es (...) a la vez revelar el mundo y proponerlo como una tarea de generosidad al lector". En ese sentido Ramón derrochó generosidad, aunque algunas de sus novelas fueran fallidas; de hecho Torrente Ballester, autor de esa gran novela titulada Los gozos y las sombras, señaló que El Doctor Inverosímil es una novela frustrada y fatigosa, "cuyo valor reside en cada una de las unidades que componen la novela, no en su sistema, porque no existe". Esto puede ser así, aunque también es verdad que el lector avisado que abre una obra de Ramón busca precisamente su libertad creadora, el lector busca que Ramón le revele el mundo, bien sea a través de el Rastro, del Circo, de Valle, de Lope, de Quevedo, de Azorín, de Solana, de Poe, o a través de las intuiciones psicosomáticas de este doctor Vivar que traemos a colación en esta reseña. Ramón cuando escribe navega por territorios líricos, es decir, navega por la emoción del tiempo, por eso escribió aquello de que "lo mejor de la vida es este entrecomillado de golondrinas que rozan el corazón y sobresaltan el idilio". Ramón es un poeta, un creador, y construye la mayor parte de sus libros, sean novelas o no, a través de intuiciones geniales, observaciones certeras, asociaciones asombrosas, como bien ha señalado Andrés Trapiello al analizar El Rastro, obra que por cierto también vio la luz en 1914, "mucho antes de que hubiera vanguardias en España, mucho antes de que ni siquiera Ramón supiera que era vanguardista". Aunque yo creo que por esas fechas Ramón ya sabía algo de todo eso que llamamos Vanguardias. De todas formas también hay que añadir que estudiosos como Juan Ignacio Ferreras han señalado su última novela, publicada en 1946, El hombre perdido, como una novela clara, diáfana y ordenada, y sobre todo como "una de las mejores de su tiempo". ¿Se estuvo entrenando el escritor madrileño toda su vida para escribir esta novela? Pues no. Durante toda su vida estuvo haciendo literatura porque estaba dotado para ello y por eso fue capaz de publicar en 1922 El incongruente, precisamente en el mismo año en que Franz Kafka escribió Un artista del hambre y comenzó a escribir El castillo.

Ramón afirmó, en Automoribundia, que "la literatura no es más que tener talento literario y meterse en casa a escribir, sin pensar si se está haciendo por la vida o por la muerte". Una pasión arrebatadora que Ramón cultivó como pocos escritores lo han hecho en España en el siglo XX; Ramón ya entendía antes de cumplir los treinta años aquello que después escribiría Sartre: "...la obra de arte, tómesela por donde se la tome, es un acto de confianza en la libertad de los hombres". El arte para Ramón, creemos, es la mirada libre y honesta del escritor que remueve la conciencia del lector emocionándolo.

Por todo lo dicho creo que El Doctor Inverosímil es una creación, la creación del personaje de un médico que quizás es el que le hubiera gustado tener a Ramón a mano cuando la salud le temblequeaba, y es que al Ramón joven de 1914 y al Ramón adulto de 1941 (en definitiva al mismo Ramón) les hubiera gustado tener a alguien cercano y delegar en ese médico todo eso del autodiagnóstico y de la automedicación, tareas muy pesadas para una persona que al pasear por el rastro madrileño configura una visión romántica y pesimista de la medicina, y quizás también de la vida, al ver las "armas" médicas (libros e instrumentos) arrojados al arrabal de los coleccionistas. Leamos en Automoribundia:

"La medicina se nos sugiere hedionda, doctoral, extrema, efímera más allá de su cometido, fracasada, dentro de su perecimiento, ya sus pobres doctores muertos. ¿Qué obscuro fracaso, qué solitaria y abandonada muerte les acaece a los pobres doctores, que abundan tanto aquí sus bibliotecas y hasta sus aparatos profesionales? Defrauda y da pena la muerte de estos doctores, a los que no salvó su chaleco salvavidas hecho de libros y aparatos".

Monumental párrafo de Ramón que busca la emoción del tiempo en los territorios más insospechados, quizás por eso a lo largo de su vida acumuló tanto fetiche en sus casas y como un Diógenes madrileño alumbraba a plena luz del día sobre objetos, hechos y acontecimientos, y también construía personajes como el doctor Vivar capaz de diagnosticar a un médico diciéndole que está enfermo de medicina y que cura a sus pacientes diciéndole que sus viejos guantes son la causa de su dolencia o que la barba, o mejor aún su insinceridad, lo mantienen en ese lado oscuro de la enfermedad. Tire usted esos viejos guantes y aféitese, si usted se afeita quizás pueda recuperar alguna que otra amistad perdida hace muchos años. El doctor Vivar no estudia la física sino la psicología de los microbios y se da cuenta de que "aquel reloj tenía ritmo de enfermedad" o que una persona "tiene el oído que no duerme" y por eso le recomienda cambiar el insomnio por la sordera; a eso de convertir una enfermedad en otra le llama metábola (hallazgo léxico ramoniano muy emparentado claro está con metáfora). El doctor Vivar receta un agua muy fina que limpia "los riñones del alma" o trata de arreglar los problemas de salud de un enfermo profesional, Juan Ramón Jiménez, que era "como un palo de telégrafos lleno de ruido", y a pesar de todo el poeta desesperado quería vivir en la ciudad y a la vez gozar del silencio, tarea esta casi imposible la de curar a Juan Ramón, que sin lugar a dudas estaba más enfermo que Manuel de Falla, cualquiera le llevaba la contraria a este genio de Moguer. El doctor Vivar por echar un pulso era capaz de hacerlo hasta con el mismísimo doctor Drañón, paradigma de la medicina verosímil; y no eludía hablar de un tema tan espinoso como la eutanasia o incluso de protestar en nombre de las células nerviosas por epónimos como células de Purkinje, células de Betz o cestos fibrilares de Alzheimer: "Yo mismo siento que en mi cabeza esas células así llamadas se excitan queriendo quitarse esos nombres que secretamente saben (...) que les pusieron". El doctor Vivar, en definitiva, no es un neurohistólogo ni un cardiólogo más bien es un "corazonista" experto en el pánico y en el espanto que sufren los hombres.

Ramón tenía oraciones a la duramadre o a la hipófisis; pero su gran secreto era "estabilizarse en una enfermedad y saber estar un poco intoxicados, pues la vida es intoxicarse, desintoxicarse y volverse a intoxicar. Tan peligroso es intoxicarse más de la cuenta como creer que se puede vivir en estado de perfecta desintoxicación. Tenemos que tener las dolencias naturales del blando gusano que somos, pero hay que irlas pasando estimulando ganglios, despertando reflejos, alimentando lombrices escondidas, venciendo bromísticamente lo bromatómico". A lo mejor esto lo firma hoy día algún inmunólogo, algún microbiólogo o algún epidemiólogo.

Por eso quizás cuando le preguntaban, "¿cómo estás?", él contestaba algo así: "¡Aquí esperando el cáncer¡" Y quizás por eso creó ese otro personaje, Gustavo El incongruente, que tomaba medicamentos de efectos contrarios a los recetados por el médico y si tenía una laringitis acudía a un especialista del aparato digestivo ya que estaba convencido de que un "otorrino" le agravaría su dolencia. Este personaje y el doctor Vivar, reflejan plásticamente la desconfianza de Ramón a los médicos verosímiles y quizás en su conjunto a la medicina del Positivismo, llena de laboratorios, análisis, gráficas, pero quizás poco pendiente del ser humano que sufre.

Ramón, al menos literariamente, no creía en esa idea médica de que hay que pillar a las enfermedades en su iniciación, por eso quizá asume riesgo y se explaya de esta manera en su Automoribundia:

 "...no vive la vida, no le toma el gusto, el que se cree demasiado inmune, y por ende, demasiado inmortal. Hay que convivir alegremente y así nos salvaremos, pues el origen de la tragedia patológica está en la seriedad, ya que como la muerte es lo más serio que existe, se le cuela en el cuerpo al hombre serio al primer descuido que tiene".

Este alópata y homeópata de la literatura, Ramón, a veces se aplicaba durante una gripe tratamientos irritantes y desirritantes, y paseaba la emoción del tiempo por los libros y el instrumental médico expuestos en la almoneda del rastro madrileño, en el rastro de la vida; pero sobre todo creemos que creía en la condición terapéutica del escritor, y por eso quizás se inventó a ese doctor Vivar, lleno de intuiciones freudianas y sobre las alergias. Años más tarde en su Automoribundia señaló que "el escritor es ante todo un biólogo, y debe pasar a ser un bacteriófago que evite la afanosa autodestrucción que corroe al hombre". Lo que está señalando Ramón aquí es la condición terapéutica del escritor y de la literatura, en este caso a través de un personaje con peculiares ideas etiológicas, diagnósticas y terapéuticas, magistralmente catalogadas por Zaragoza Rubira.

En su Automoribundia escribió sobre los "parásitos patinadores y vibrátiles", con tanta sabiduría que sus palabras merecen estar en los tratados de microbiología, declarando que estos microbios no son culpables, "pues son irresponsables". Leamos el párrafo del poeta:

"Son una agravación del parasitismo que llena la vida. Nos ven vivientes y más o menos rozagantes, pues allí están ellos dispuestos a atracarse de nosotros (...). Ellos no saben que nos asesinan, sino que sencillamente germinan y comen. Así resulta que la enfermedad es la inocencia suprema, pues sólo nos mata la exuberancia de la vida".

Nos mata la exuberancia de la vida y la enfermedad es la inocencia suprema. Y es que según Ramón los estreptococos vistos al microscopio parecen "collares", no olvidemos que su doctor Vivar es sobre todo un psicólogo de los microbios, que además era capaz de resolver un caso clínico al darse cuenta de que el paciente tenía "la cabeza entrichinada". Ramón preocupado siempre por la vida, las enfermedades y la muerte piensa que la mejor terapia para vencer a los gérmenes patógenos sería hervirnos, pero enseguida reconsidera el tema: "¡Si fuese sólo un hervor, todavía¡, pero hay que llegar a una temperatura de 115 grados sostenidos, pues a los 100 grados hay ciertos esporos que no mueren,...". Ramón sabe que a pesar de los maravillosos científicos "la vida es tan proteica que aparecerán nuevas formas de ultrainfusorios (...) o de miasmas cohetes que volverán locos a los investigadores". Ramón cree en la bondad y abnegación de los grandes médicos, pero sobre todo defiende al "sin médico":

"El sin médico tiene intuición médica. Reflexionará. Se pondrá la pastilla en la frente, y generalmente acertará con la dosis y con la hora".

Y es que el "sin médico" aspira a llegar a los ochenta y cinco años sin ir al médico porque entonces se habrá "salvado". Quizás por eso Ramón se automedicaba y diagnosticaba, y quizás por esto se inventó al inverosímil doctor Vivar en 1914 y aún lo reavivaba en 1941 con nuevas historias sobre la alergia. Por esto o simplemente porque creía en el poder terapéutico de la literatura. La literatura como vehículo de emoción y de comunicación. Ramón veía cosas que no veía el común de los mortales como, por ejemplo, que las moscas hacen el gesto de lavarse las manos como diciendo: "¡Ah, nosotras no tenemos la culpa si somos contagiosas¡". Humor y literatura que provienen del dolor y del amor, por eso Juan Ramón escribió que Ramón tenía "sonrisa de jamono alegre de conciencia".

Ramón solía decir que "muchas veces entramos en un café, porque en los cafés se escabulle y se oculta uno un rato al Destino, injusto y precario, que nos persigue en nuestra casa y en la calle". La literatura de Ramón es precisamente ese Café que por unos instantes da esquinazo al destino y por eso El Doctor Inverosímil, a pesar de las opiniones encontradas sobre si es novela o no, o si es una obra literaria pionera que incorpora doctrinas freudianas en España o no, es para el que esto escribe una obra literaria de alto poder terapéutico porque cultiva la emoción del tiempo.

Ojalá que cuando no haya más remedio que ir a Urgencias esté de guardia este doctor inverosímil, será muy tranquilizador escuchar de la boca del doctor Vivar aquello de "no se preocupe, hombre, que eso es de lo mismo".


Bibliografía

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