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TEMPERAMENTVM ISSN 169-6011

 

 

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Curas e imposturas: reivindicando la verdad literaria en La venus de Donegal
José Siles González
Ediciones Libertarias. San Lorenzo de El Escorial, 2012; 256 págs.

Autor del comentario:
Manuel Amezcua (Facultad de Ciencias de la Salud, Universidad de Granada, España)

Temperamentvm 2012; 16

 

 

 

Cómo citar este documento

Amezcua, Manuel. Curas e imposturas: reivindicando la verdad literaria en La venus de Donegal [comentario de texto]. Temperamentvm 2012, 16. Disponible en <https://www.index-f.com/temperamentum/tn16/t1600.php> Consultado el

 

 

 

    Vengo siguiendo la trayectoria literaria de José Siles desde el privilegiado balcón de la amistad. Por ello sé que La Venus de Donegal, en su gestación y transcurso, ha podido ser tan desquiciante como la propia historia que narra. Y no digo con ello que la última obra del novelista cartagenero sea un reflejo de su propia vida, que es cosa que queda en el secreto del creador, sino que, conociendo que algo andaba tramando en su cabeza, nos ha tenido en vilo durante años hasta sorprendernos ahora, una vez más, con otro paso desafiante en su siempre arriesgada apuesta literaria. A estas alturas, después de haberla devorado literalmente, estoy convencido que La Venus de Donegal ha debido calmar algunas de las neuras de su hacedor, un profesor universitario metido a poeta. Pero también ha llegado para desafiar un mundo académico en crisis permanente de identidad, y ahora de recursos y de valores, que parece encaminado irremediablemente a su perdición.

José Siles es muy conocido en el mundo académico por su trayectoria como investigador de la historia de la Enfermería y la antropología de los Cuidados, siendo director de la revista Cultura de los Cuidados y presidente de la Asociación de Historia y Cultura de los Cuidados. Catedrático de la Universidad de Alicante, a sus obras de referencia en estos campos, aunque menos conocida, hay que sumar su trayectoria literaria, con novelas y cuentos como La última noche de Erik Bicarbonato (premio Café Iruña-Bake de Bilbao, Aguaclara, Alicante, 1991), El hermeneuta insepulto (premio Ciudad de Villajoyosa, 1992), La delirante travesía del soldador borracho y otros relatos (Instituto de Cultura Juan Gil-Albert, Alicante, 1995), o El Latigazo (Huerga y Fierro, Madrid, 1997). También en su obra poética destacan los poemarios Protocolo del hastío (Vitruvio, Madrid, 1996), El sentido del navegante (Instituto de Estudios Modernistas, Valencia, 2000) y La sal del tiempo (Huerga y Fierro, Madrid, 2006).

La última novela de José Siles arranca con la aparición del cuerpo del abad de un monasterio medieval en un remoto condado irlandés flotando en un barril de cerveza, con el telón de fondo de un lienzo con una rolliza mujer desnuda, de traza barroca. La escena remite en una primera intención a El Nombre de la Rosa y produce de entrada, solo de entrada, una leve decepción en el lector, que tal vez espera encontrarse con otra más de las innumerables secuelas de la obra de Eco. Pero no es así, nada más superar el breve introito, la novela se descuelga de los ecos nombrerosarianos y recobra su propio vigor. Nos trae con violencia al presente de un Madrid turbio y soterrado, para meternos en la historia de un joven doctorando franco-español, Michel Mechones, que se enfrenta en solitario a un sistema académico anquilosado en el convencionalismo más seco para reivindicar la verdad de la literatura. En este caso, la verdadera historia de la escritura del Quijote, que el doctorando está convencido que fue plagiado por Cervantes.

En la novela hay un héroe, o más bien un antihéroe, hay un villano de múltiples y desdibujados rostros, y, como no podía ser menos, hay un manuscrito, un tesoro escondido de la literatura, una versión apócrifa del Quijote escrita antes que Cervantes, que pone en cuestión la originalidad de la obra cumbre de la literatura española. Y en torno a este misterio se anudan una pléyade de personajes de vidas separadas que no saben que habitan en una misma historia, delirante y trágica a la vez: los empaquetados próceres del departamento de literatura orgánica de una vetusta institución, los sórdidos habitantes de una castiza pensión de la calle Echegaray, mujeres universitarias de pasiones equívocas, borrosos seguidores de una secta imprecisa y letal. Personajes con evocaciones atávicas que nunca son una sola cosa, que desaparecen y aparecen metamorfoseados en roles antagónicos, produciendo un efecto de constante sorpresa para el lector.

Siles trenza una red de personajes simulados, excesivos y patéticos, donde nadie sabe lo que es, ni a lo que se enfrenta, ni el papel que está llamado a desempeñar en la trama. Salvo el doctorando Mechones, que como un nuevo Quijote, con la ayuda de su escudera Lázara, escéptica y timorata como Sancho, se aventurará en el laberinto de galerías secretas de la Biblioteca Nacional para redimir una historia jamás contada, la de las gentes que pulularon en la génesis de la máxima obra de Cervantes: un autor imposible, una pariente oculta, un corrupto inquisidor y su víctima, un escritor improbable... ¿Podrá el doctorando Mechones devolver a la humanidad su derecho a conocer la verdad?

José Siles pone a flote en su novela las bajas pasiones del mundo académico en una ciudad claustrofóbica, donde los personajes se mueven como si estuvieran encadenados a sí mismos por una regla que no han profesado, pero que les subyuga hasta obligarles a lo imposible. Una ciudad donde no hay tiempo, ni calles, ni más gentes que las necesarias para resolver la historia, donde los escenarios están pegados uno a otro como las dependencias de un monasterio, como la lejana abadía de Donegal. El concurrido comedor de la pensión La Egabrense, el sórdido dormitorio de la confidente Filuca, la aceitosa taberna de la equívoca mujer de las gafas de carey y los bocadillos de anchoas, el opaco despacho del atormentado inspector Balines, las sempiternas galerías de las traseras de la Biblioteca Nacional, son lugares donde rezuman el saber, el alcohol, el semen y la sangre.

Se ha dicho de la flamante obra de Siles que es una novela con claras evocaciones valleinclanescas por lo esperpéntico de los personajes que ha creado, aunque lo grotesco o lo extravagante se muestra sobre todo en la manera de nombrar, a los personajes (Mamerto Perigollez Farigas), a los lugares (la taberna del Tritón Tragón), o a los objetos narrativos (Cofradía de los Testigos Costaleros del Santo Lirio Inmarchitable). Como también es extravagante la forma en que se relacionan los personajes, atrapados en las pasiones más primitivas, en deseos incontrolables exacerbados por la ambición, por el alcohol y por el sexo desnudo, donde actos tan inocentes y vulgares como estrujar el mocho de la fregona puede resultar en un gesto erótico que termine arrobando la voluntad del otro. Lo cierto es que tras la llamativa y barroca retórica que Siles utiliza sin medida ni descanso, se atisba un sentido del humor exacerbado con el que el autor muestra su habilidad para resolver las situaciones más truculentas. Un estilo de narración agridulce que se hace imprescindible para fidelizar al lector en la extraña y vertiginosa sucesión de aconteceres que introduce en la novela.

También se ha catalogado la última entrega de José Siles de novela cáustica, un adjetivo que ya se empleó en las novelas que le precedieron (La última noche de Erik Bikarbonato, El Latigazo). En ésta se justifica por la manera descarnada en que expresa su crítica incisiva contra los desvaríos del mundo académico, algo que él padece cotidianamente en su propia piel como profesor universitario. Lo académico se muestra en La Venus de Donegal en toda su vileza, en la irracionalidad de su propia existencia, en la ridiculez de las formas, en las corruptelas de los intereses creados, en la ineptitud de su insigne función, en su capacidad destructiva de cuerpos y almas. Pero si el lector logra abstraerse de lo irónico y de lo erótico, si se deja envolver por las moralejas de la historia, que algunas lleva, seguro que también encontrará en La Venus de Donegal sabias enseñanzas con las que comprender un poco mejor la condición de los hombres, sus dobleces y sus rebeldías, los posos de su propia existencia.

En La Venus de Donegal, José Siles nos regala la oportunidad de adentrarnos una vez más en su particular universo narrativo, que no renuncia a lo popular ni a lo poético para mostrar con ironía y sarcasmo las cosas graves del mundo. Quien ame El Quijote no debe temer una profanación en la obra de Siles, sino que gozará con esta respetuosa irreverencia a la opulencia literaria, a la fecundidad encarnada en las rollizas mujeres que transitan la novela, en la espléndida Venus de la abadía de Donegal. Seguiremos amando el caballero de la triste figura, quizá más ahora, que Siles nos muestra con versada seducción lo que pudo haber sido.

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