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PRESENCIA revista de enfermer�a de salud mental ISSN:1885-0219 p10796

 

 

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Cuidar al que cuida

Patricia Iria Suárez Daroca, Elena Acosta Rodríguez
Enfermeras, Servicio Canario de Salud. La Laguna (Tenerife), España

Presencia 2015 jul-dic; 11(22)

 

 

 

Cómo citar este documento

Suárez Daroca, Patricia Iria; Acosta Rodríguez, Elena. Cuidar al que cuida. Rev Presencia 2015 jul-dic, 11(22). Disponible en <https://www.index-f.com/presencia/n22/p10796.php> Consultado el

 

    Desde nuestra infancia y siendo sólo unos críos, muchos de nosotros bosquejábamos nuestro destino en el mundo laboral. Dábamos pequeñas pinceladas sobre algo que en un futuro te conformaría, ya no solo como persona, sino como profesional. En esos momentos comenzábamos a hacer nuestros "primeros pinitos": poner una tirita en la cara a tu osito de peluche favorito, lavarle la herida de la pata a tu primera mascota, para después ponerle unas gotitas de mercromina, cubrirle con tu pequeña mano la frente a tu hermano mayor para comprobar su fiebre al escucharle decir a mamá que se encontraba mal y le dolía la cabeza. No entendía por qué papá escondía bien alto todo aquel montón de cajas con pastillas de tan variados tamaños y colores, que llevaban dentro un papelito que me encantaba leer, y en el que se explicaba para qué servían todas aquellas pastillas blancas y redondas, alargadas de color magenta, aquella pomada que salía fría del tubo y que algunos de los mayores de casa se ponían en la cintura cuando venían con dolores del trabajo. Cuando nadie te veía, cogías una silla y te elevabas hasta lo alto para hacerte, uno por uno, con cada papelito de las cajas, del que la mayoría de las veces no entendías nada, pero lo guardabas como un tesoro. Te encantaba jugar a los médicos, curabas a todos tus muñecos con remedios caseros imaginarios y los que no mejoraban, quedaban en tu sala de observación, cuidándolos y mimándolos hasta que se ponían buenos y podían marchar a casa con sus familias.

Poco a poco seguías creciendo, ya eras una adolescente cambiando una y mil veces de ideas, pero con una fija en el subconsciente. Un cúmulo de hormonas revolucionaban tu cuerpo, dentro de una rebeldía comedida que te obligaba a no hacer caso de los consejos que te daba mamá para orientarte con los estudios. Querías hacer justamente lo contrario de lo que ella decía. Hasta que llegó el día de tomar decisiones, tenías que elegir algo que iba a determinar tu futuro, un futuro inconsciente en aquellos momentos, pero del que tenías suficiente información como para sopesar las ventajas e inconvenientes de elegirlo. Y con la madurez, que en ocasiones dudabas tener, escogías el camino. Tres años después, acababas la carrera: Diplomado en Enfermería. ¿Quién te lo iba a decir cuando tan sólo tenías cinco años? Nada más finalizar los estudios, te zambullías en el mundo laboral, rápido, sin apenas tiempo para coger una bocanada de aire fresco. Ha pasado todo con tal velocidad, que apenas tomas conciencia de lo que te irás a enfrentar a partir de ahora. Te miras en el espejo durante unos segundos, suspiras nerviosa pero esbozas una sonrisa, sales de casa y afrontas tu primer día de trabajo. Con tan sólo veinte años, te ves una niña, pero eres valiente y capaz hacerlo. Y así es. Primer, segundo, tercer día superado. Te das cuenta que no sólo eres capaz hacerlo, sino que día tras días logras realizar un buen trabajo. Lo sabes por ti mismo pero sobretodo por ellos, "tus pacientes".

Van pasando los años, recorres gran parte del hospital en el que aprendiste tu profesión, o de otros muchos que hasta ahora sólo conocías en visitas furtivas, sin rumbo fijo, con contratos de días sueltos, o si la suerte te sonríe, de varios meses seguidos, saltando de servicio en servicio. Esto te ayuda a forjarte, a conocer tus apetencias, tus afinidades, las especialidades que te gustan más y menos, con cuáles te sientes más realizada. Tras años de la misma manera logras estar un tiempo medianamente largo en un servicio, empatando un contrato con otro, en nuestro caso, en Salud Mental. Aprendes sus patologías, el manejo del paciente, te informas, te formas, asistes a jornadas y congresos participando en alguno de ellos, colaboras como miembro del equipo en proponer cambios y mejoras en el funcionamiento interno, en dar mayor calidad asistencial a aquellos a los que cuidas. Pones toda tu ilusión. Pones todo tu esfuerzo en ello. Pones tu tiempo, tiempo de familia, tiempo de amigos.

¿Y a cambio qué recibo? A cambio, recibo una sobrecarga de trabajo, por la falta de dotación de recursos humanos. Recibo trabajar con turnos descubiertos en el equipo enfermero, porque no hay personal para cubrir esas ausencias provocadas por "reposos, bajas de corta duración, accidente laboral", sobrecargándonos aún más. Recibo trabajar con escasez de recursos materiales, debiendo adaptarnos a ello y agudizar el ingenio. Recibo encontrarnos con las suspensión de permisos por festivos, días de convenio o incluso las tan ansiadas vacaciones. Recibo, no poder "mantenerme estática" en la lista de contratación. Recibo la incapacidad para estudiar la especialidad de Enfermería en Salud Mental, porque en los dos años que dura la formación, se desciende de manera brutal puestos en la lista de contratación.  Recibo, el que aunque estudie la tan ansiada especialidad, al no estar reconocida como tal en la sanidad autonómica, (no así las matronas, que disfrutan de lista propia de contratación), mis expectativas laborales se ven frustradas. Recibo la nula o escasa valoración al trabajo que desempeñamos en las condiciones actuales, situación que se refleja en el tipo de contratos, que hace mella en nuestro rendimiento, materializada en un marcado cansancio y en una progresiva desmotivación profesional.

Aún así, echo la vista atrás y recuerdo a aquella niña que le ponía la tirita a su osito de peluche. Y este rememorar es el que me aporta un atisbo de esperanza y confianza en la posibilidad de un cambio, cambio en el que se modifique esta insostenible situación sanitaria actual, cambio en el que mejoren nuestra condiciones laborales, cambio en el que se reconozcan nuestros derechos como trabajadores, como especialistas.

En los últimos años motivados por las hasta ahora desconocidas dificultades económicas, se ha desatendido el sistema sanitario y a su personal, al que han "premiado" con contratos "basura" y mínimos en recursos humanos. Muchos pueden caer en frases complacientes como la de "al menos tienes trabajo". Pero, ¿en qué condiciones? Llevamos alrededor de ocho años trabajando de enfermeras, y como ya hemos mencionado, hemos pasado por varios servicios, aunque donde más tiempo hemos permanecido es en el Servicio de Psiquiatría. Reconozco que es un trabajo muy gratificante por el trato con el paciente y la relación que se establece con ellos, pero también nos sentimos frustradas por las condiciones de trabajo. Los usuarios están cansados de esperar, de ser tratados con prisas y cada vez en más ocasiones "no como debería ser". Se echa en falta el reconocimiento de "un trabajo bien hecho", así como valorar la experiencia que progresivamente se ha ido adquiriendo en el devenir del día a día. Por ejemplo, en nuestro caso después de trabajar más de cuatro años en un mismo lugar, es nuestra supervisora quien vela por intentar mantenernos en su plantilla, personal al que "ha formado" y, que por lo tanto, puede ofrecer los mejores cuidados.

Hace ya más de 150 años Florence Nightingale definió la Enfermería como: "el acto de utilizar el entorno del paciente para ayudarle a su recuperación", por lo tanto cuidemos nuestro entorno, cuidemos al personal sanitario y todo ello repercutirá positivamente en la salud y pronta recuperación del usuario de la red.

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