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PRESENCIA revista de enfermer�a de salud mental ISSN: 1885-0219

 

 

EDITORIAL

 

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¿Cómo se nombra a quien padece un trastorno mental?

Germán Pacheco Borrella
Doctor en Enfermería por la Universidad de Alicante, Enfermero especialista en salud mental, Licenciado en Antropología Social y Cultural por la Universidad de Sevilla, Director de Presencia Revista de Enfermería de Salud Mental

Presencia 2011 ene-jun; 7(13)

 

 

 

Cómo citar este documento

Pacheco Borrella, Germán. ¿Cómo se nombra a quien padece un trastorno mental?. Rev Presencia 2011 ene-jun, 7(13). Disponible en <https://www.index-f.com/presencia/n13/p0173.php> Consultado el

 

    La salud, el bienestar y la calidad de vida son valores deseados, aun cuando el individuo no haga cuanto puede y debe por ostentarlos plenamente. Y se anhelan tanto que, cuando se pierden, emergen reacciones de pérdida que provocan un malestar subjetivo importante. Entonces, el individuo precisa de atención y cuidados. En estas circunstancias, se nombra al actor social como enfermo, paciente, usuario y, en el peor de los casos, cliente.

La palabra "paciente" proviene del latín "patiens" (el que soporta, padece o sufre), es una voz polisémica y, por tanto, tiene varias acepciones, según el diccionario de la RAE.1 Dos de éstas son: "4. com. Persona que padece física y corporalmente; el doliente, el enfermo; en propiedad, aquel que se halla baja atención médica. 5. Por ext., quien es o va a ser reconocido médicamente". La voz paciente es más intensa que la de "enfermo", toda vez que quien tiene una enfermedad no siempre padece -ejemplos: síndrome metabólico, hipertensión- y, más aun, no siempre sufre. Hoy día, tras los avances científico-técnicos, ha cambiado profundamente la situación del paciente, en tanto que se puede reducir considerablemente su sufrimiento. Así, por ejemplo, se le está ganando la batalla al dolor. Incluso, en situaciones de enfermedad terminal, se considera que suprimir -y en el peor de los casos, aliviar- el sufrimiento es el objetivo principal de las terapias y de los cuidados paliativos. Por tanto, el paciente está más vinculado y depende más del profesional sanitario que el enfermo. Sin embargo, debido a la eficacia de la Medicina y de la Enfermería, estamos dejando de ser pacientes, en tanto que se nos reducen los dolores, los padecimientos y malestar subjetivo.

Por otra parte, si consideramos las medidas de promoción de la salud y prevención de patologías, las voces "paciente" y "enfermo" dejan de tener sentido y dan paso a la voz "usuario". De manera que, actualmente, los actores sociales del sistema sanitario público (SSP) son los usuarios, los pacientes y los profesionales sanitarios. Así queda establecido en la Ley 41/2002,2 de 14 de noviembre, básica reguladora de la autonomía del paciente y de derechos y obligaciones en materia de información y documentación clínica, que en su Artículo 3, establece, entre otras, las siguientes definiciones legales:

"Paciente: la persona que requiere asistencia sanitaria y está sometida a cuidados profesionales para el mantenimiento o recuperación de su salud.
.
Usuario: la persona que utiliza los servicios sanitarios de educación y promoción de la salud, de prevención de enfermedades y de información sanitaria".

Ciertamente, las voces enfermo y paciente se utilizan indistintamente por unos y por otros: profesionales sanitarios y población en general. Sin embargo, los atributos que socialmente se le otorgan a estas voces no son algo superfluo o carente de significado; por el contrario, son muy importantes. Por esta misma razón, es deseable que los autores de documentos científicos determinen en lo posible a qué actor social se están refiriendo al nombrar "enfermo mental" y a qué otro al nombrar paciente mental.

Sigo sosteniendo aquí que, como quiera que no existen "enfermedades mentales", tampoco se hallan "enfermos mentales". Por esta razón, muy probablemente, en la exhaustiva revisión bibliográfica que he realizado recientemente,3 no aparecen nociones que delimiten esta voz atribuida como categoría a un actor social concreto. Prácticamente, en ninguno de los manuscritos consultados se aportan elementos definitorios de la categoría "enfermo mental"; no obstante, se nombran distintas categorías para referirse al mismo, haciéndose sinónimas unas de otras. En uno de ellos,4 se llega a nombrar seis categorías: "pacientes mentales, enfermos mentales, enfermos psiquiátricos, enfermos crónicos psiquiátricos, pacientes mentales crónicos y pacientes psiquiátricos", y sin que nos expliquen los autores qué entienden por cada una de estas categorías.

Sostiene Huertas5 que fue Esquirol quien marcara más explícitamente el carácter patológico de la locura y ensanchara el camino hacia el somaticismo y sustituyera el término "alienación" por el de "enfermedad". Sin embargo, este criterio biologicista no sólo se dio en la sociedad europea, ya que según Totsuka,6 en la sociedad japonesa, durante muchos años se ha estimado que la "enfermedad mental" era genética, incurable, imposible de comprender y peligrosa; con lo que se la dotó con parecidos epítetos a los aplicados en occidente durante siglos. Y añade este autor que a los "enfermos mentales" se les consideraba una humillación para la familia y que por lo general "los japoneses no querían hablar de ellos, ni verlos, ni oírlos, ni casarse con ellos, ni emplearlos". Las familias japonesas escondían a estos parientes "enfermos" en una celda en casa o en un manicomio. Incluso los médicos y familiares más concienzudos pensaban que los "enfermos mentales" estarían más felices en manicomios remotos en vez de cerca de la comunidad. Por consiguiente, aquí también se pone de manifiesto la defensa fóbica que ponen en marcha los grupos sociales, de la que nos hablan Hernández y Herrera,7 para protegerse; con lo cual la preocupación por la seguridad impera sobre los derechos de las personas con trastornos mentales.

Desde el punto de vista antropológico, es la cultura la que da significado a los hechos y acontecimientos que se dan entre los individuos pertenecientes a un grupo social; y la percepción del enfermar no escapa a esta aseveración. Por ejemplo, Fericgla8 sostiene que, en nuestra cultura, el enamoramiento se considera un estado satisfactorio, placentero, deseable y por lo tanto terapéutico; pero en algunas sociedades de la Alta Amazonia es considerado todo lo contrario: una enfermedad; cuando alguien se siente enamorado, dicen, es porque otra persona le ha robado algo de su espíritu y esto hace que la víctima pase el día anhelando al otro, baje su eficacia en la cacería, etc., y, por consiguiente, hay que sanar a la persona.

Tradicionalmente -desde el siglo XVI, cuando menos-, se ha venido equiparando al "enfermo mental" con el loco. Los principales autores que han realizado las grandes aportaciones a la psicopatología -segunda mitad del siglo XIX y principios del siglo XX-, se centraron originariamente en el estudio para la comprensión y descripción de la locura. De hecho, el término esquizofrenia fue utilizado por primera vez, en 1908, por Eugen Bleuler. Pero será a partir de las aportaciones de Freud -quien elaboró la doctrina psicoanalítica- cuando se desplace el centro de interés de la locura a otros trastornos como las neurosis, y con ello una comprensión más completa del fenómeno psíquico y la apertura de un nuevo enfoque terapéutico. Por consiguiente, en nuestros días, es un error reducir la atribución de "enfermo mental" sólo al ámbito de las psicosis -esquizofrenias y otras-, cuando este término engloba la amplia gama de patologías psiquiátricas.

Sin embargo, la noción de "enfermo mental" se sigue asociando a una amalgama de categorías; así por ejemplo, Skoubo Nielsen9 nombra "enfermo mental, enfermos psíquicos, pacientes crónicos, usuarios con trastornos psíquicos graves, usuarios cuyos problemas son de tipo existencial", sin que el lector de su artículo sepa a qué se está refiriendo al nombrar cada una de estas categorías. Iraurrgi y col.10 mencionan, en su trabajo sobre los grupos de ayuda mutua, dos categorías que tampoco definen: "enfermo mental y enfermo psíquico".

Lerma y col.11 tratan de contribuir a la mejora de la comunicación con el denominado "enfermo mental". Probablemente, la comunicación no puede ser eficaz cuando no hay claridad respecto a con quién se comunica el individuo: "enfermo mental, pacientes psiquiátricos, pacientes con trastornos mentales y emocionales, pacientes de salud mental, pacientes crónicos psíquicos, pacientes con problemas de salud mental o pacientes de larga estancia". Mayoral y Blanco,12 abordando el tema de la cronicidad nos aportan tantas categorías como las siguientes: "crónicos, enfermos, pacientes, pacientes psiquiátricos crónicos, jóvenes pacientes crónicos, pacientes de puertas giratoria, nuevos pacientes de larga estancia, nuevos crónicos, nueva generación de pacientes crónicos, antiguos pacientes crónicos".

Es más que probable, que una revisión bibliográfica distinta a la realizada3 y más actualizada arroje resultados similares. No obstante, el hecho de que se nombren -en las distintas publicaciones referenciadas- tantas categorías como las que anteceden, lejos de clarificar la noción de "enfermo mental", pone de manifiesto una falta de rigor científico -y tal vez, metodológico- y, en el peor de los casos, pueden contribuir a un mayor confucionismo. Luego, se pone de manifiesto que lo que está claro para el autor, sólo lo está para él.

Por otra parte, cuando en los recientes discursos enfermeros se han abrazado -de forma poco crítica- las aportaciones anglosajonas (taxonomías y diagnósticos), casi sin pensarlo se están asumiendo nociones y voces como la de "cliente", propias de un sistema liberal de salud, en donde quien tiene poder adquisitivo accede a los servicios sanitarios y quienes no, en el mejor de los casos, están en manos de la beneficencia. Por tanto, no es baladí el cómo nombramos al ser humano que sufre un trastorno mental.

El paciente mental, en nuestro país, ha estado mucho tiempo en manos de la "beneficencia", recluido y aislado en el manicomio. Tras los procesos de reforma psiquiátrica de la década de los años 1980, la atención a la salud mental se integró en el SSP y se reconoció al paciente mental con los mimos derechos que cualquier otro paciente. Hoy, en España, quienes padecen trastornos mentales reciben una asistencia de calidad, envidiable en muchos países occidentales.

Como ya sostuve en un foro enfermero, en 2003 (debate por correo electrónico en listas de enfermería), entonces y ahora, se sigue confundiendo perversamente "la privatización de la gestión" de un servicio público -como el sanitario- con la utilización dentro del mismo de nuevos instrumentos de "gestión empresarial", para hacerlos más eficientes y eficaces. En el primer caso, se pone "en el mercado" una parte de la provisión sanitaria manteniendo la financiación pública, no buscando, por tanto, una mejora del servicio sino el desentenderse de la gestión directa del mismo y un posible ahorro (más que dudoso). En el segundo, se busca mejorar la calidad del servicio sanitario mediante nuevos instrumentos de gestión tomados de las empresas privadas más avanzadas del sector servicios. Cuando todo este se confunde y, según parece, se pretende la privatización de los servicios sanitarios, además de privar de derechos a los ciudadanos y ciudadanas, se les convierte en "clientes". Entonces, las controversias acerca de si "paciente", "enfermo" o "usuario", dejan de tener sentido; y en tal caso, prevalece que quien pague el servicio podrá obtener mejorías en su estado de salud, o en su calidad de vida. Entonces, será efectivo aquello de que "tanto tienes, tanto vales"; y si uno no tiene (dinero) para pagar su atención sanitaria, es muy probable que abandone prontamente el mundo de los vivos.

Con los vientos privatizadores del SSP que soplan, dado que la inmensa mayoría de pacientes mentales carecen de recursos para ser "clientes", ¿qué futuro les espera? Parece posible, entonces, aseverar que las enfermeras de salud mental no podemos mirar hacia otro lado. Desde Presencia abogamos por el mantenimiento y desarrollo del Sistema Nacional de Salud español.

Bibliografía

1. Real Academia Española (RAE). Diccionario de la lengua española. Tomo I. Vigésima Primera Edición. Madrid: Espasa Calpe, 1994.
2. Boletín Oficial del Estado. Ley 41/2002, de 14 de noviembre, básica reguladora de la autonomía del paciente y de derechos y obligaciones en materia de información y documentación clínica. Madrid: BOE, 15 de noviembre de 2002; 274: 40126-40132.
3. Pacheco Borrella, Germán. La construcción social enfermo mental. [Tesis doctoral]. Alicante: Universidad de Alicante, 2010. [En prensa].
4. Guimón, J. Sota, E. Bulbena, A. Ignacio Zuazo, J. Pérez Simó, R. Métodos de evaluación de la política de desinstitucionalización. Rev Asoc Esp Neuropsiq, 1989; 31: 533-548.
5. Huertas, R. Medicina mental y revolución burguesa: sobre los orígenes de la asistencia psiquiátrica. Rev Asoc Esp Neuropsiq, 1990; X(34): 389-399.
6. Totsuka, E. La historia de la psiquiatría japonesa y los derechos de los enfermos mentales. Rev Asoc Esp Neuropsiq, 1991; XI(39): 275-281.
7. Hernández, V. Herrera, R. El itinerario del psicótico en el circuito asistencial. Rev Maristán, 1992; I(3): 50-58.
8. Fericgla, J. M. (2000) Cultura y atención a domicilio en el futuro. Rev Rol Enf, 2000; 23(7-8): 551-558.
9. Skoubo Nielsen, B. La reforma psiquiátrica en Dinamarca. Rev Asoc Esp Neuropsiq, 1992; 43: 295-299.
10. Iraurrgi, I. Basabe, N. Igartua, J. Páez, D. Celorio, MJ. Grupos de autoayuda y enfermedad mental. Rev Asoc Esp Neuropsiq, 1995; XV(52): 125-136.
11. Lerma García, D. Arrazola Saniger, M. Paulino Galán, T. Comunicarse con pacientes psiquiátricos. Rev Rol Enf, 2003; 26(7-8): 504-508.
12. Mayoral, F. Blanco, M. Nueva cronicidad y hospitalización prolongada en un nuevo ámbito: el hospital general. Rev Maristán, 1992; I(3):40-44.

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