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ARCHIVOS DE LA MEMORIA (ISSN: 1699-602X)

 

 

EDITORIAL

 

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Misterios de gozo

José Luis Bimbela Pedrola
Profesor, Escuela Andaluza de Salud Pública. Granada, España

Correspondencia: EASP. Cuesta del Observatorio 4, 18011 Granada, España

Manuscrito recibido el 5.12.2012
Manuscrito aceptado el 15.12.2012

Archivos de la Memoria 2013; (10 fasc. 2)

 

 

 

Cómo citar este documento

Bimbela Pedrola, José Luis. Misterios de gozo. Arch Memoria [en línea]. 2013; (10 fasc. 2). Disponible en <https://www.index-f.com/memoria/10/10100.php> Consultado el

 

 

 

 

 

 

"Desplegaré mis alas crecidas
del paso de los tiempos,
te irán acariciando
hasta que caiga el velo"
Canción: Me buscas y me encuentras.
(Bolero mediterráneo)
Música y letra: Carmen París
En "Jotera lo será tú". Warner Music Spain 2005

"El poder le tiene miedo al placer, porque da libertad"
José Luis Sampedro, El País, 17 de Enero de 2000

Dos años después de los misterios de dolor...1

Primero hacer. Usar repetidamente algunos mantras: "Confía", "Tengo un plan", "Esto pasará", "Lo que tengo es perfecto, porque es lo que tengo", "No espero nada, lo que venga será un regalo", "Hoy tengo razones para seguir". Ejercitar continuamente algunos verbos: observar, pensar, repensar (gimnasia emocional),2 desvelar, dar, darme, amar, deleitarme, enlentecer, sumar, discernir. Recrearme en la dicha de verme diariamente nadando, piscina arriba, piscina abajo, a las 9 de la noche. Lejos, muy lejos de mi cama, donde días antes, a esa misma hora, me refugiaba recreándome en mi desdicha y en mi dolor. Hacer disciplinadamente abdominales hipopresivos, de pie, sentado, andando. Practicar obsesivamente la báscula pélvica, cada día, cada mañana, cada tarde, cada rato. Y realizar suavemente esos giros de cabeza tan saludables para las cervicales, a la derecha, a la izquierda, al centro. Y descolocar al propio dolor, dándole cada día un papel más irrelevante, más secundario. Convertirlo en molestia. Y respirar, profunda y lentamente.

Y mantener aún cierto contacto social con el entorno, conservar ciertos lazos con los otros (que pueden ser el infierno de Sartre, pero que también pueden ser el cielo) para cuidar la poca salud social que me quedaba. Pura supervivencia. Para ello, desayunar cada día fuera de casa, en un bar, a ser posible con mesas de mármol, compartiendo conversaciones y noticias en la televisión con gentes del barrio, entrenando esa gimnasia social3 tan defendida en mis clases y tan útil en esos momentos. Especialmente ese verbo escuchar que tanto me nutría, casi casi sin saberlo. Segundos de satisfacción por ese reconocimiento explícito del camarero: "¿Lo de siempre?"; y por esa respuesta mía que me reafirmaba (vivo y activo): "Sí, gracias". Confieso que nunca hubiese podido imaginar que el deseo de comer un par de tostadas (mixta completa: mantequilla y mermelada) y un café con leche bien caliente, mientras leía la prensa del día y escuchaba a las gente y a la tele, podía convertirse en la boya a la que agarrarse para seguir levantándose cada día por la mañana. Y así era.

Y, además, comprar libros. Ordenarlos, tocarlos, olerlos, observarlos detenidamente. En un primer momento, amontonados sobre mi mesa de trabajo, a la espera de una criba que los convertiría en objetos de lectura inmediata o los postergaría a una estantería a la espera de tiempos mejores, de momentos más oportunos. Con la duda constante sobre cómo agruparlos: ¿por autor o género?, ¿por editorial o tamaño?, ¿por color o fecha de adquisición? Acabando, casi siempre, por una mezcla aparentemente operativa de todas esas categorías. Y sabiendo que, buena parte de ellos, aún no los iba a leer, pero que están ahí para, llegado el caso, salvarme. Aún ahora, feliz y contento, al mirarlos, tan bien colocados en la estantería, noto como me llega nítido, claro y cariñoso el mensaje tranquilizador que me envían: "Siempre estaremos aquí, esperándote. Siempre nos tendrás. Siempre". Sí, mientras tenga libros para leer, seguiré vivo. Y, a veces, por alguna inexplicable razón cojo alguno, leo la dedicatoria (siempre hay alguna, que me recuerda el momento del primer encuentro), sonrío y parsimoniosamente lo devuelvo a su sitio.

Y paralelamente, leer algunos. Me gusta "el mundo amarillo" de Albert Espinosa, y me gusta el "amarillo" de Félix Romeo. Y los cuentos de Sergi Pàmies. Me ayudó a entenderme y a verme, la imagen del "equilibrista" de Andrés Neuman. Y, desde luego, Viktor Frankl, con su "hombre en busca de sentido" más allá de placeres y poderes. Coincido con Eduard Punset en eso de que la libertad es la ausencia de miedo y discrepo con él cuando entiende el suicidio como una enfermedad. Me encanta que José Antonio Marina nos recuerde que los cerdos sólo pueden aspirar a una felicidad de cerdos y que la felicidad humana es otra cosa: mi bienestar y el bienestar del otro. Joan Garriga me ha ayudado mucho a "vivir en el alma", a vaciar la mochila de superficialidades y consumismos y a ganar liberad y poder desde la austeridad y la humildad. Y, por supuesto, Albert Jovell que no quiere gente triste y sí confianza. Me ha llenado de alegría saber que Alex Rovira habla de la "buena gente" y que, como él me ha recordado, en la NASA no fichan astronautas pesimistas.

Y siempre, todo el tiempo, escuchar música. Una y otra vez el "Penso positivo" de Jovanotti, y el "Cositas In-solitas" de Carmen Paris. Repasar la discografía completa de Silvio Fernández, de Joaquín Sabina y de Javier Ruibal. Y redescubrir a Bambino, a Luis Pastor y a Antonio "El Pescaílla". Disfrutar otra vez de la música en directo. Y bailar con la rumba catalana y con la electrocumbia. Y ver. Deleitarme cinematográficamente con "Drive", con "18 comidas", y con "Up". Y, claro, con Darín, cualquier cosa de Darín, desde Darín, sobre Darín. Y reincidir en el gozo, intelectual y emocional, de ver y escuchar las críticas de Carlos Boyero desde Cannes o San Sebastián. Y seguir agarrado a Radio 3: Mundo Babel, Duendeando, Discópolis, Café del Sur, El Séptimo Vicio, Mediterráneo, Sonideros, Trópico Utópico y, cómo no, Flor de Pasión. Pasan los años, pasan las décadas, pasan las modas, pasan las novedades, hasta pasan los gobiernos. Y ahí sigue, siempre especial, única, rara: Radio Nacional de España, Radio 3.

Y, después, más tarde, reflexionar. La caridad empieza por uno mismo, y la calidad, y el cambio. No estaba feliz porque me había enamorado, me había podido enamorar porque ya me sentía feliz. El cambio, la evolución, y la revolución no pueden ser tristes, no quiero que sean tristes. La vida es un derecho, no una obligación (¡qué liberación!). No esperar nada, de nadie. Valorar cada día, y cada día más, el esfuerzo y la entrega. Recuperar el don, la vocación, el sentido de la vida. Salir de la indefensión, retomar el control, retomar el poder, hacer. Aprender a sufrir saludablemente, sin victimismo, con dignidad, con lucidez. Aprovechando para mirar, para entrar, para bucear en mis profundidades. Centrarme en el presente y en el aquí y ahora. Y escribir. Y darme cuenta de que también yo, como Christopher Hitchens, bebía para "hacer a los otros más interesantes". Desmitificando, por fin, esos suicidios crónicos de poetas, escritores y músicos "malditos": Eduardo Haro Ibars, Los Panero, Joplin y Hendrix. Morrison y Cobain, DF Wallace, Chusé Izuel, Violeta Parra, Cesare Pavese, Virginia Woolf y Sylvia Plath, Walter Benjamin. Y tantos otros. Y tantas otras. De aquí y de allá.

Y comer mejor, pasando de la teoría a la práctica. Más seitán y menos embutidos. Bastante tofu y casi nada de cerdo. Ensaladas. Verduras. Qué maravilla descubrir y preparar las recetas que David Servan-Schreiber describe en "Anti Cáncer". Evitar muy especialmente el azúcar procesado. Buscar y (casi siempre) encontrar, en cada ciudad visitada, magníficos restaurantes vegetarianos que, por fin, logran el reto salubrista de hacer compatible la salud y el placer.4 El placer de mirar, de oler, de degustar, de paladear, de tocar, de oír (oír sí, esos crujidos tan apetecibles, tan prometedores, tan sugerentes). Y también, iniciarse en el placer, no menos gratificante, de la mesura, del control, de la len-ti-tud (comiendo, también amando. Y viviendo). Saboreando. Ritmos vitales más sosegados. Y beber agua, mucha agua, cantidades importantes de agua (mejor sin gas, mejor templada, mejor). Y, claro, menos alcoholes y menos cafés, menos especies y menos licores. En todo caso, usos sibaritas, moderados, esporádicos, lúcidos. Y conscientes.

Y amar y dejarme amar. Por Giuliana. Y querer y dejarme querer. Por Marcel. Por María Teresa y José. Por Max y Andrea. Por Giulia y Paloma. Por Irene. Y cuidar y dejarme cuidar. Por Eduardo y Pepe. Por Ángela y Ángel. Por Isabel y Carolina. Por Miguel y Manolo. Y escuchar y compartir y aprender con Joan Carles y con Juanma. Con Josep (q.e.p.d) y Galo. Con Ramón y Sergio. Con Ana y Susana. Con Rosa María y Dolores. Y con tantos y tantos alumnos (personal sanitario, docentes, directivos y directivas, personas de organizaciones no gubernamentales, jóvenes, pacientes, cuidadores y cuidadoras, ciudadanos) con los que he compartido en estos años de gozo, como hice antes en los años de dolor, horas y horas de dichos y hechos, de verbos y adjetivos, de conjunciones (¡viva la copulativa!) y pronombres, de sujetos y de predicados, de letras y músicas, de esfuerzos y sudores. Intentando promover juntos una sociedad algo distinta, más sana y saludable. Más gozosa y feliz. Más libre y poderosa. Más emancipada, menos súbdita. Mejor.

Continuará...

Bibliografía

1. Bimbela Pedrola JL. Misterios de dolor. Gac Sanit. 2010: 24(4): 365-360.
2. Bimbela Pedrola JL. Gimnasia emocional. Pasamos a la acción. Granada: Escuela Andaluza de Salud Pública; 2008.
3. Bimbela Pedrola JL. Gimnasia social. La práctica. Granada: Escuela Andaluza de Salud Pública; 2009.
4. Bimbela Pedrola JL. Placer y salud. Gac Sanit. 2003:17(5): 440.

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