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Que comience el espectáculo

José I Ricarte Díez
Profesor asociado del Departamento de Enfermería de la Universidad de las Islas Baleares, Ibiza (Baleares), España
 

Index de Enfermería [Index Enferm] 2005; 51:74-75

 

 

 

 

 

 

 

Cómo citar este documento

 

 

Ricarte Díez JI. Que comience el espectáculo. Index de Enfermería [Index Enferm] (edición digital) 2005; 51. Disponible en <https://www.index-f.com/index-enfermeria/51/7475.php> Consultado el

 

 

 

 

 

 

 

 

Sr. Director: La Navidad es una época del año que cuenta con tantos entusiastas como detractores. No conozco ningún niño que no le guste la Navidad pero hay adultos a los que no les motiva e incluso les desagrada. Es cierto que ha podido perder su origen religioso para convertirse  en una fecha comercial y que la reunión familiar, que en ocasiones puede ser la más completa del año, puede tener presencias obligatorias no deseadas o ausencias dolorosas. En lo que sí que creo que estaremos de acuerdo es en que el hospital no es el mejor lugar para pasar estas fechas. Los pacientes no lo suelen expresar así ya que están en el hospital por necesidad y no por gusto. Desearían poder estar en sus casas tanto como estar sanos pero a falta de lo uno asumen lo otro. Esta forma de asumirlo, sin embargo, no se refleja en dos datos que no son controlables por ese razonamiento: el apetito y el sueño. La anorexia es un síntoma inespecífico y difícil de abordar, que en ocasiones traduce un estado de ánimo. A pesar de que en estas fechas se intenta mejorar el menú ofreciendo algún extra especial se puede constatar como no siempre pueden apreciar este esfuerzo ya que no les apetece. Y si durante el día los pacientes pueden tener distintas expectativas y compañías, la noche les impone una soledad que les deja a solas con sus pensamientos, miedos y temores. La ansiedad y la tristeza aparecen robándoles la paz y son frecuentes los avisos aduciendo una dificultad para conciliar el sueño. Esa falta de descanso es un factor importante en el control de síntomas como por ejemplo el dolor.
     Por parte de los profesionales, podríamos afirmar que en estos días se tiene la sensibilidad de intentar que todo paciente que pueda se quede en su domicilio. Aun así, hay personas que es inevitable que permanezcan ingresadas. No está en nuestras manos acelerar el proceso que tienen, ni se debe dar un alta de forma inadecuada. Pero, ¿podemos hacer algo para que esos días sean distintos? Así se lo plantearon los trabajadores del Hospital Can Misses hace ya unos 14 años. Una de las ideas fue realizar un Festival de Navidad con los propios trabajadores y otros voluntarios. Durante un mes se preparan playbacks, canciones y pequeños sketchs de humor. En realidad no tiene importancia el "qué" ya que le supera el "para qué". Por encima de las limitaciones técnicas de cada uno surge la ilusión por hacer un regalo con el esfuerzo propio a los pacientes. Y es esto lo que creo que más se valora.
     Podría escribir sobre la presentación o el desarrollo de la obra pero el espectáculo no estaba en el escenario si no en el salón de actos. Uno de los números que hicimos fue un full-monty. Yo estuve en contra desde el principio. No me parecía adecuado, pero por disciplina actoral seguí adelante. Cuando subí al escenario y comenzó la canción de "Hot Chocolate" vi en la primera fila a una señora en su silla de ruedas, con su bata, su gotero y una sonrisa de oreja a oreja. Era ese el verdadero y mejor espectáculo que podía estar sucediendo. Y yo, junto a mis otros compañeros íbamos a ser testigos privilegiados. Daba igual lo que hiciéramos, si lo hacíamos bien o no, se nos pedía muy poco. Se nos pedía únicamente acompañarles de la mano y atravesar una puerta que les iba a sacar del hospital por un rato, que les iba a permitir reír sin sentirse culpables, que les iba a hacer olvidar su gravedad. Si todo esto lo podíamos conseguir con ese pequeño esfuerzo, estábamos dispuestos a seguir adelante. Merecía la pena. Un laboratorio que inventase un fármaco capaz de producir los efectos que nosotros con el festival estábamos consiguiendo, seguro que tendría un gran éxito y se recetaría a diario.
     El público, formado por los pacientes y sus familiares, tiene tantas ganas de pasarlo bien que no es muy difícil arrancarles las risas y los aplausos. Para los familiares también son unos momentos difíciles de llevar. En la humana necesidad de comunicarse surgen cuestiones tabú que prefieren no abordar y mientras aparece un nuevo tema de conversación, surge el temido silencio. Y como no sabemos estar en silencio puede que digamos cosas inapropiadas. Al ofrecer una actividad amena y divertida para realizar conjuntamente no tienen necesidad de rellenar el tiempo con palabras. No es que haga falta organizar un festival para esto pero pudimos apreciar también como se crea una situación de regocijo mutuo entre el paciente y su familia, donde están disfrutando con un evento "externo" y no necesitan hablar, ni decir nada. Surge un cariño, un vínculo, una comunicación sin palabras mucho más eficaz que la propia verbalización de los sentimientos.
     Después de la actuación, todo fueron felicitaciones aunque demasiado benevolentes dado el esfuerzo y la motivación. Sin embargo, lo que más nos satisfizo fue lo que oímos más tarde: las consecuencias. Otro acontecimiento, digno de haber sido visto, pero sin luces, ni maquillaje, continuó en los pasillos y habitaciones del hospital. Las enfermeras que esperaban en el control de las plantas vieron volver a los pacientes con una sonrisa, alegres y animados. Y nos dijeron que aquella noche se lo comieron todo y durmieron mejor. En los días posteriores, cuando he preguntado a los asistentes su opinión he observado como ya no recuerdan de qué era la obra, ni qué vieron, si no que permanece una sensación de alegría y de haberlo pasado bien. Incluso un paciente llegó a afirmar que había sido la mejor medicina que le habían dado en el hospital. Me contó como hacía tiempo que no se había reído tanto. Podemos llegar a plantearnos que el hospital es lugar serio de enfermedad y de sufrimiento donde no tiene cabida el sentido del humor. Pero testimonios como el de este paciente nos demuestran que es un elemento aun más necesario que para personas sanas. Es una forma de sobrellevar su situación. Ya es difícil de por sí como para dramatizarla más. Hay muchos más testimonios que no podremos recoger o comentarios que quedarán en la intimidad pero me gustaría aportar un último recogido por casualidad. Porque se lo pudieron pasar mejor o peor, conseguimos hacerles sonreír o no, hacerles olvidar su situación, pero para algunos sí que fue realmente inolvidable. Y así lo demuestra lo que le sucedió a uno de los voluntarios, camarero de profesión, al ir a servir una de sus mesas en su cafetería. Una adolescente de unos 13 o 14 años le dijo a su madre: "Mamá, es Julio Iglesias". El camarero se quedó desconcertado pero poco a poco recordó como su cliente era aquella paciente a la que llevaron en su propia cama al salón de actos y a la que él se había acercado para dedicarle un playback de Julio Iglesias. Ella no lo había olvidado, ni creo que lo olvide nunca. Puede incluso que con el transcurrir del tiempo sea lo único que quiera recordar de su estancia en el hospital.
     La cuestión no era realizar un gran espectáculo sino quitarnos por un día nuestras batas para que los enfermos también se pudieran quitar sus pijamas y se olvidasen de dónde estaban y por qué estaban allí. Creo que esta es la base del concepto de humanización de la salud: abandonar el rol de un profesional distante protegido y armado con la tecnología para que el paciente o usuario también abandone su rol y así, ambos podrán convertirse en lo que a pesar de la enfermedad y de la bata nunca dejaron de ser: personas. Ese encuentro real de personas hace descubrir al otro en sus necesidades y limitaciones. Transforma la relación que ya no es ni paternalista, ni autonomista sino la de dos seres humanos que intentan caminar hacia la misma dirección. Por encima de mi opinión como profesional o participante está la de las personas a las que también queremos aislar del humor o de la risa y mantener en una aséptica esfera de incomunicación. 

 

 

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