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¿Enfermería o Antropología?

Silvia Mayol Sánchez
Diplomada Universitaria en Enfermería y Licenciada en Antropología Social y Cultural, Murcia, España

Index de Enfermería [Index Enferm] 2003; 40-41:74-75

 

 

 

 

 

 

 

Cómo citar este documento

 

 

Mayol Sánchez S. ¿Enfermería o Antropología? Index de Enfermería [Index Enferm] (edición digital) 2003; 40-41. Disponible en <https://www.index-f.com/index-enfermeria/40-41revista/40-41_articulo_74-75.php> Consultado el

 

 

 

Sr. Director: Después de cinco años de formación por el complejo camino de la enfermería (y todos los que espero queden por llegar), la gente que me conoce me suele decir: "Bueno, pero al final a qué te vas a dedicar, ¿a la enfermería o a la antropología?", y esa pregunta provoca siempre en mí el mismo pensamiento (que más bien es un sentimiento) "¿por qué he de escoger entre una de las dos?". Supongo que no perciben lo que ha despertado en mi la antropología, lo mucho más apasionantes que me parecen ahora mis horizontes profesionales como enfermera.

En una sociedad como la nuestra, en la que se da la convivencia de una población tan heterogénea, debido no sólo a la afluencia de un buen número de inmigrantes comunitarios y extracomunitarios, sino también una población oriunda muy diversa (podríamos decir diferente pero no me gusta la utilización del término porque conlleva connotaciones jerárquicas), la labor de los profesionales sanitarios se hace más compleja a la hora de desempeñar su trabajo. En el caso concreto de la enfermería, la labor de cuidadores. ¿Cuidadores de qué?, de la salud, una salud que en mi opinión no está del todo definida porque no se puede englobar su significado, su alcance y el mundo simbólico que la envuelve en un solo párrafo. La salud tiene muchas dimensiones, está presente de manera inconsciente en todas las parcelas del día a día de una persona. Incluso la construcción social y cultural del cuerpo depende también en gran medida del concepto de salud y enfermedad que se tenga en una sociedad concreta, el cuerpo entendido en sus dos dimensiones, la física y la simbólica, siendo esta última la que nos hace interaccionar con el medio y determinante de la forma en que un individuo vive y se adapta a un entorno, o no, en cuyo caso será el cuerpo el que somatice muchas veces el problema, provocándose cualquier disfunción o patología. El shock o choque cultural es algo que seguimos sin solucionar, al contrario, no desistimos en el empeño de intentar una modificación de prácticas para que se integren los de fuera con nosotros y "disfruten de todo lo que el mundo occidental les ofrece", esto se llama aculturación y no cuidado de la salud.

Comenzar a ser conscientes, en la teoría y en la práctica, de los cambios en los que estamos inmersos, de no desligar la salud de la multiculturalidad, se ha convertido en una necesidad para avanzar en la construcción de nuestra milenaria pero todavía inmadura profesión. La diversidad cultural en la que vivimos conlleva a una serie de situaciones confrontadas que aparecen a diario y en todos los sectores de la sociedad, incluido en el sanitario donde en los países industrializados se ha ido desarrollando una rigidez tecnológica y conceptual en materia de salud, influida por una particular visión de la calidad de vida y objetivos determinados para llegar a ella a causa de la creciente esperanza de vida y la transición de la enfermedad que se ha dado hacia la cronicidad en las últimas décadas. Como resultado de esta tendencia y de su hegemonía conducimos a la población hacia el pensamiento general de que otros sistemas están en una posición inferior y que se debe aspirar a alcanzar un estado de desarrollo análogo al de los países que están en la etapa postindustrial. De esta forma caemos en el error de intentar una integración que pase por cuidar su salud como nosotros entendemos que hay que hacerlo, en un entorno muy occidentalizado y poco flexible y no preparado para solucionar situaciones que se salgan de lo ya establecido y predecible, un entorno que en la práctica no va más allá de nuestras fronteras. Así vamos haciendo un sistema sanitario neutro y poco rico, al menos en calidad de vida, porque nos planteamos, sí, los mejores objetivos para con nuestros pacientes, pero ahí radica el problema, en que son las mejores actuaciones bajo el filtro de nuestra cultura y subjetividad.

Por otro lado, está el otro extremo de la ya mencionada aculturación, la caridad. No debemos desempeñar nuestra labor por solidaridad, a no ser que trabajemos en una ONG, sino que debemos perseguir la profesionalidad. No somos buena gente ni simpáticos, sino enfermeros. Cerremos ya la puerta de esa parte de nuestra historia en que los cuidados se fundamentaban en una atención caritativa, en la teoría se cerró hace tiempo, pero cualquiera que esté en activo ahora mismo sabe que no, no cuando se trata de personas extranjeras o de hábitos diferentes a los "establecidos como buenos". La humanización del sistema sanitario no es sinónimo de una solidaridad que remarque y exalte aún más las diferencias.

La palabra inmigración conlleva unas connotaciones difíciles de erradicar pero que son totalmente erróneas, ¿quién no es inmigrante hoy día?... debemos aceptar primero las diferencias culturales y respetarlas para poder seguir caminando en esa formación hacia el cuidado cultural. Somos universales, sí, pero precisamente por ser particulares, formamos una universalidad de particularidades, por ello no es coherente construir una profesión universal para formar parte del ansiado grupo de disciplinas científicas y olvidar que los contextos no son nunca los mismos. Quizás la clave se encuentre en elaborar un método que haga de nuestra actividad diaria una práctica que sea lo suficientemente flexible como para atender las singularidades sin salirnos del rigor científico y que nos permita seguir alimentando la riqueza de la diversidad de la especie humana.

Eliminar prácticas no saludables es también nuestra función, pero que atenten realmente contra la salud, y no que bajo el prisma de nuestras costumbres y valores las veamos como no adecuadas. Por ello debemos formarnos hacia esa competencia cultural que nos indica Campinha-Bacote. Aprender a ver la universalidad de las prácticas de salud, aunque lleven nombres diferentes. No es necesario ser un experto antropólogo ni trasladarse a sitios inexplorados para conocer la etnografía. Una de las estrategias que veo como de las más eficaces para comenzar a abandonar ese etnocentrismo con que llevamos a cabo nuestro trabajo, es precisamente acercarnos a este enfoque teórico, documentarnos de trabajos que ya estén hechos por los profesionales a los que les compete nos puede servir de gran ayuda para conocer cómo los factores que nos envuelven por pertenecer a una determinada forma de vida influyen en los hábitos de salud, entre otras muchas cosas. Sin duda, nos servirá de ayuda para plantearnos unos objetivos que se engranen congruentemente con las costumbres y necesidades de las personas y los recursos que sí tienen a su lado, en lugar de esperar de ellos que conozcan nuestros hábitos y métodos y que los interioricen como suyos. No está fuera de lugar considerar esto como punto de partida, hacer sólida la profesión realizando nuestros cuidados utilizando lo que ya hay que es, por otro lado, el lenguaje que mejor entienden los pacientes puesto que han crecido viendo comportamientos, objetivizándolos y desarrollando a su alrededor un mundo simbólico  y de creencias difícil de eliminar, ni malgastemos nuestras energías en intentarlo porque no debemos. El fin no es cambiar a las personas, sino encauzarlas dentro de sus costumbres hacia la mejor calidad de vida, hábitos éstos que debemos conocer. La seguridad de los pacientes ante una planificación y su comodidad es muy importante, la fuerza de voluntad que tendrán que emplear para realizar las actividades que se planteen como más saludables será bien pequeña al lado de la que necesitarían para algo nuevo y desconocido, que sería triplicar el esfuerzo y la distancia que nos separa de nuestra meta: debemos servirnos de aquello que tienen y conocen, que crean en ello y llevarlo a cabo correctamente para evitar una desviación de salud. Una vez logremos cuidar a la población con lo que está ahí, con los recursos que ya tenemos, podremos hablar de mejoras y nuevos métodos para seguir proporcionando calidad de vida.

Para terminar, sólo decir que no es necesaria la Antropología para ejercer nuestra profesión, pero sí que invito a conocerla porque acercarse a ella es un complemento que no está de más, nos puede abrir muchas puertas y guiarnos hacia la clave para solucionar muchos de los problemas que surgen en la cotidiana labor de cuidar a la población para la que trabajamos.

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