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Derecho al duelo

 

 

 

DIARIO DE CAMPO

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El derecho al duelo

Alberto Gálvez Toro
Residente de Enfermería Obstétrico-Ginecológica. Unidad Docente de Granada, España

Index de Enfermería [Index Enferm] 2000; 28-29:45-46

 

 

 

 

 

 

 

Cómo citar este documento

 

 

Gálvez Toro A. El derecho al duelo. Index de Enfermería (edición digital) 2000; 28-29. Disponible en <https://www.index-f.com/index-enfermeria/28-29revista/28-29_articulo_45-46.php> Consultado el

 

 

 

Resumen

Una de las consecuencias de la sopreprotección que los profesionales ejercemos sobre nuestros pacientes es la usurpación que a veces hacemos de su propia vivencia ante la enfermedad y sus consecuencias. El caso de la posición ante la muerte es todo un ejemplo de una materia a revisar. Un enfermero que cursa la especialidad de matrona se revela contra la práctica tradicional hospitalaria del ocultamiento para restaurar el derecho de una mujer a vivir su duelo por la pérdida de su hijo.

 

Abstract (The right to mourn)

One of the consequences of professionals overprotecting the patients is that we sometimes do not let patients live their disease and its consequences in their own way. For instance, we should consider the way we face death. A nurse specializing in midwifery rebels against the traditional practice carried out in hospitals consisting on hiding reality of life. He wants women to express themselves when facing the death of their babies.

 

 

 

 

 

     Como un martillo en su mente, repetía una y otra vez: mi hija nació viva, porqué no me dejaron verla. Al final del pasillo de la tercera planta de ginecología, lejos de las demás mujeres ingresadas, en la habitación 316-2, está Inés. Sola, a oscuras, sin compañía. Ha perdido a su hija que nació ayer. Pesó 480 gramos (23 sg + 2 días), a nuestros ojos aborto tardío, quizás parto inmaduro, muerte fetal intraútero, muerte sin sujeto, sin personalidad jurídica.
     A primera hora de la noche la visito por primera vez. No habla, su mirada está perdida, la cara desencajada, dolor, resignación y pasividad, parece que nada le importa, está como ausente. Me gustaría poder confortarla, pero no sé como romper el hielo. La planta está demasiado liada para sentarme junto a ella. Le canalizo la vía venosa para iniciar la pauta de antibióticos intravenosos. Se queja de dolor, tiene entuertos muy dolorosos, está cansada pero no puede dormir.
     A las seis de la mañana avisa porque no puede soportar el dolor. La planta está tranquila. Le pregunto cómo se siente y le pido permiso para sentarme en un sillón junto a ella, a la misma altura. Ella accede. Empieza a hablar, no mira a los ojos, la mirada la dirige hacia el suelo. Lleva tres días sin dormir y esta noche tampoco ha podido descansar.
     En su pensamiento, sus dos hijos, que están en el pueblo, en casa de la abuela desde que ella fue ingresada por amenaza de parto prematuro; también su marido, que después de ver al bebé muerto le dio un ataque de epilepsia y se lo tuvieron que llevar a urgencias.
     -Ya ves -me dice-, pensando en mis dos hijos, los he dejado en casa, y mi hija muerta, ¿qué les puedo decir después de tanto?. Pienso en ellos.Y yo aquí para nada, todo el tiempo perdido. Me dijo mi  marido que no viera a la niña.
     Inés quería ver a su hija, tenerla entre sus brazos cuando naciera, quería  arroparla mientras su bebé se despedía de la vida, pero en el expulsivo la durmieron para que no "sufriera", a pesar de su insistencia en ver y coger a su hija.
     -Había un montón de médicos. Les dije que no me durmieran, que quería verla, pero no me hicieron caso. Nació viva, notaba sus piernas cuando salía, pero ya me habían dicho que viviría unos minutos si llegaba a nacer. En dilatación podía notar como se movía y oía su latido fuerte. Yo quería haber estado con ella esos minutos de vida. Era mía, parte de mi carne, que la he llevado dentro y la siento.
     -Este embarazo no había sido deseado. Tuvo que dejar los anticonceptivos orales por complicaciones cardiovasculares.
     -Me quitaron las pastillas para no quedarme embarazada porque me dio un paralis.
     Entonces se quedó embarazada. La ingresaron en el hospital porque tenía contracciones, su hija "corría riesgo". Estuvo un mes en el hospital sin poder moverse de la cama, la cuña, la higiene, la comida. De vez en cuando sangraba un poco, pero durante aquella mañana la metrorragia fue mayor y así se lo dijo al médico. A los ojos del médico no había cambiado nada, todo era normal dentro de su estado. Inés sabía que no era normal, estaba de parto.
     -Sé lo que es un parto, ya he tenido dos hijos, pero no me hacían caso, conozco los dolores de parto.  Después eché mucha sangre y llamaron al médico. Me dijo que tenía que haber avisado antes, pero le contesté que ya se lo había dicho y no me hizo caso.
     Según cuenta Inés, después de visitarla el médico, le pusieron algo para tranquilizarla, pasaba ratos adormilada, se despertaba, volvía a caer en sopor, y a las tres o cuatro horas notó que algo se movía por abajo. Su hermana levantó la sábana y vio las piernas moradas del bebé asomando por la vulva.
     Inés es creyente, había pedido en sus oraciones por su hija, cada día, ponía velas en su habitación del hospital, no quería perderla. Después de la muerte de su hija no podía entender nada ¿Cómo puedo creer en Dios si me hace esto? Tanto sacrificio sin recompensa, todo en la cama por mi hija, tanto sufrimiento y no se lleva nada, ni siquiera el recuerdo de la pérdida real, con la frustración de no haber podido ver y coger a su hija. Le pregunté  si aun quería verla. Ella contestó que sí. A las siete de la mañana llamé a la supervisora de guardia para que localizara al bebé muerto y me autorizara el traslado de Inés  para poder cumplir su deseo. La supervisora me dijo que eso era una locura, que a las madres no se les debe dejar ver a su hijo muerto porque es muy duro y lo pasan mal.
     -Aquí nunca se les ha dejado que lo vean por su bien, se las duerme cuando el niño va a salir y cuando se despiertan todo ha pasado.
     Al explicarle la situación de Inés, su deseo y las necesidades de las madres que han perdido a su bebé para la elaboración del duelo, se mostró comprensiva.
     Localizamos al bebe en el frigorífico del antequirófano de la unidad de partos. Estaba metido en formol, en una lata de leche en polvo, el nombre de la madre escrito por fuera, sobre un esparadrapo de tela marrón. Después de examinar al bebé, sacarlo de la lata y envolverlo en paños estériles verdes, lo dejé sobre una de las mesas del antequirófano. Llamé a una celadora y antes de bajar a Inés le pregunté nuevamente si quería ver a su hija muerta. Ella dijo que sí, dio un salto de la cama y se sentó en la silla de ruedas. Ya en el antequirófano, le mostré a su hija envuelta en los paños de modo que sólo podía verle la cara. Entonces, mientras lloraba,  preguntó si podía cogerla. La cogió entre sus brazos, la acurrucó, la apretó contra su pecho y le dio un beso. A los pocos segundos, con mucho cuidado, me la entregó y dijo que quería volver a su habitación.
     -No le veo nada malo -me dijo en el camino a su habitacion-, es muy pequeña, se parece a mi hijo, no entiendo porqué los médicos no me dejaron verla, es normal, no le pasa nada. Salió viva, respiraba, yo la noté. Es muy guapa, ¿no crees? No es tan pequeña, tenía cinco meses. Ahora me siento mejor.
     Cuando cogió a su hija le cambió la cara, sonrió y la tensión de su rostro disminuyó. Sonrió y dijo sentirse mejor. Llamó a la niña por su nombre, María. Ahora sabe que ha tenido tres hijos, aunque uno de ellos murió. Su mirada cambió, levantó los ojos y por primera vez los dirigió hacia los míos.
     En el cambio de turno le conté a la enfermera entrante lo que había ocurrido y aunque le pareció que mi proceder era poco común, se mostró conforme con lo que había hecho. Según me contaron después, aquella mañana se armó un buen revuelo en la planta. Inés y su familia pidieron ver a la niña muerta y decidieron llevársela al pueblo. Dicen que el médico de planta y las enfermeras no supieron como reaccionar ante esta demanda y que la primera respuesta del médico responsable fue la de negar tal posibilidad a la familia. Ante la insistencia de Inés y por tratarse de un caso muy especial, avisaron al jefe de la guardia que, según cuentan, es un hombre comprensivo y humano. Él acompañó a la familia al antequirófano y les mostró a la niña. Posteriormente autorizó para que se la pudieran llevar y de esta forma pudiera recibir santo reposo.
     Ahora sé que para una madre, un padre y una familia, una muerte perinatal precoz o un aborto, en sus corazones, en su entendimiento, es una pérdida real, y como tal debemos afrontarla quienes como profesionales atendemos esta situación.

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