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EVIDENTIA ISSN1697-638X 2014 n47-48 ev47482

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

EDITORIAL

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Acercándonos al sufrimiento de los adolescentes diagnosticados de trastorno de conducta

Susana Marqués Andrés
Doctora por la Universidad Complutense de Madrid, Enfermera Especialista en Salud Mental, Licenciada en Psicología. Hospital Universitario de Basurto, Unidad de Psiquiatría Infanto-Juvenil, Osakidetza-Servicio Vasco de Salud. Bilbao, España

Evidentia 2014 jul-dic; 11(47-48)

 

 

 

Cómo citar este documento

Marqués Andrés, Susana. Acercándonos al sufrimiento de los adolescentes diagnosticados de trastorno de conducta. Evidentia. 2014 jul-dic; 11(47-48). Disponible en: <https://www.index-f.com/evidentia/n47-48/ev47482.php> Consultado el

 

 

 

    ¿Por qué pensar que un niño sufre?1 ¿Por qué pensar que un adolescente sufre? Parece que este pensamiento surge cuando aparece un conflicto entre los profesores y el niño o adolescente, cuando existe una clara conducta de oposición a obedecer o cuando el reto al adulto, sobre todo cuando este es el padre o la madre, marcan una duda sobre el ¿qué está ocurriendo? A estos niños y adolescentes se les diagnostica con una alteración de conducta. Es importante reconocer los factores de riesgo, recordando que analizar la realidad de una persona desde su atomización en forma de variables, puede llegar a desconsiderar las interacciones que se establecen con estos niños y adolescentes, con y en su entorno. Y también las intensidades de tales interacciones. Por tanto, parece necesario huir de los estereotipos con los que se enjuicia a las personas desde una perspectiva profesional, incluso a veces olvidando que "una etiqueta" de trastorno de conducta, deja una huella imborrable en la vida de estos niños y adolescentes.

Parece que como profesionales de la salud estamos más orientados a poner etiquetas que refuerzan aspectos negativos del comportamiento, más que a destacar las potencialidades y las capacidades de las personas a las que cuidamos. Esto nos hace muchas veces olvidar el sufrimiento de las personas a las que cuidamos, llegando incluso a verlas merecedoras de cuanto les está ocurriendo. Es posible que esto obedezca a un mecanismo de defensa de los profesionales para alejarse del "contagio emocional" que supone sufrir, máxime cuando el que sufre es un niño o un adolescente. Pero también es posible olvidar el sesgo cognitivo-emocional desde el que se interpreta la realidad. En este sentido, es posible que este sesgo atienda sólo al modelo del déficit, frente al sesgo del modelo del fomento de potencialidades.2 Posiblemente, la cara y la cruz de una misma moneda, la percepción de la salud.

Así pues, estudiar el sufrimiento desde la perspectiva de los adolescentes diagnosticados de trastorno de conducta, supone acercarse a un fenómeno que exige poner en marcha recursos tanto personales y profesionales para afrontar la propia realidad y adentrarse en un mundo desconocido, temido y ajustado a los supuestos de la modernidad: hedonista por principio y evasiva al dolor. De esta forma, el sufrimiento continúa escondiéndose y limitándose a los espacios íntimos, no reconocidos socialmente e incluso convirtiéndose cada vez en más molesto. Sobre todo cuando existen situaciones complejas y difíciles de afrontar, con negación de las emociones o falta de su identificación. Esto puede, y suele, provocar interacciones problemáticas, al atender a los aspectos más alejados de la concienciación y el entendimiento de lo que está ocurriendo. Además, el sufrimiento ajeno expone a los profesionales, como digo, al análisis y a la admisión de temores propios, la vulnerabilidad y los límites personales. En definitiva, indagar en la vida emocional propia para reconocer "lo que está ocurriendo" y "lo que me está ocurriendo" en cada momento del cuidar en la interacción profesional.

Es necesario recordar la importancia, tanto como la necesidad, de cuidar también a estos niños y adolescentes, desde los diferentes lugares en los que se encuentren las enfermeras. Por ejemplo, las enfermeras de pediatría, las enfermeras escolares, las enfermeras de atención primaria y, como no, las enfermeras de salud mental. Desde su atalaya profesional, siempre es posible una intervención educativa o psicoeducativa, para mejorar la comunicación, y con ella las interacciones que realizan estos niños y adolescentes, con sus padres, con sus compañeros o con otros adultos. Diseñar una intervención y encontrar el momento oportuno, es una forma de poder cuidar con valores3 para romper la invisibilidad del cuidado, humanizarlo y encontrar indicadores de salud que mostrarán la repercusión de dicho cuidado sobre el bienestar familiar, la mejoría de las interacciones entre padres y madres con sus hijos e hijas, así como la mejoría de la calidad de vida de los adolescentes.

A partir de una investigación sobre el sufrimiento de los adolescentes con trastorno de conducta,4 hemos podido conocer cuál es el significado del sufrimiento para estos adolescentes, "pasarlo mal". Con esta brevísima frase se pone de manifiesto toda la vivencia infantil, de una infancia considerada ausente. En ella conjugan su vulnerabilidad con la renuncia parental, impulsándoles a una salida rápida de la infancia y empezando un proceso de relaciones parentales complejas. Estas relaciones justifican la insuficiencia afectiva de unos padres suplentes, a quienes se han vinculado, pero a partir de quienes se han desvinculado de los padres y madres biológicos, generalmente ausentes de la vida de estos niños. Llegarán a solucionar las relaciones parentales complejas, aunque previamente hacen unas manifestaciones del sufrimiento, a través de las cuales llegan a concienciarse del mismo para poderlo suavizar una vez reconocido.

Pasarlo mal, el sufrimiento de los adolescentes con trastorno de conducta, pone de manifiesto un proceso en el que ellos, los adolescentes, utilizan el sufrimiento para mejorar. Aunque parezca increíble. En cierta forma para madurar y crecer en un entorno desfavorable, donde se han enfrentado al estigma5 y a otras realidades de su vida con sus únicas estrategias: su capacidad de sobrevivir.

Si continuase la investigación se podrían ver las trayectorias que han seguido. Quiénes se han casado, han encontrado trabajo, se han convertido en delincuentes o se han "enganchado" al mundo sanitario, ingresando y volviendo a ingresar por otros problemas, por dificultades añadidas o vete tú a saber por qué.

De cualquier manera, las implicaciones que tiene para la práctica enfermera, la colaboración en suavizar el sufrimiento de los adolescentes con trastorno de conducta, tiene un punto de partida inconfundible: reconocer las capacidades de estos adolescentes. A partir del reconocimiento es posible fomentar su desarrollo. Son necesarias por tanto, intervenciones interdisciplinares, incluso dentro del mundo sanitario. A nivel educativo, conviene insistir en la necesidad que tienen de apoyo para que lleguen a adquirir las competencias básicas, necesarias y claves para respetar y defender su condición de ciudadanía.

A nivel sanitario, reconocer la producción del "segundo sufrimiento". Es el sufrimiento provocado por los profesionales; lo iatrogénico o dispático, cuando existen profesionales que desatienden, ignoran y no reconocen el sufrimiento con el que acuden las personas en busca de atención sanitaria. La dispatía frente a la empatía. A veces es muy fácil caer en la tentación de la solución rápida y fácil de etiquetar determinadas conductas para convencerse de la imposibilidad de motivar o colaborar en cambiarlas. A veces esta tentación parte de la comodidad en la que muchas veces justificamos el "si me van a pagar lo mismo", mirando para otro lado y dejando de hacer aquello para lo que nos han contratado, aquello para lo que estudiamos y aquello para lo que seguimos formándonos. El cuidado de las personas que tenemos a nuestro cargo. Trabajar con adolescentes a veces es complejo. Porque de los adolescentes se han dicho, y se siguen diciendo, muchas cosas. A veces barbaridades tales como que no piensan, que no pueden cambiar porque "son caracteriales" y algunas cosas más. Cosas que inciden y subrayan, generalmente, aspectos negativos de la constelación de la experiencia. ¿Y quién no? Que se lo pregunten a algunos doctos en la materia, de la jerarquía de hegemónicos, que intentan imponer sus juicios y atribuciones desde, incluso, falsos testimonios. Se dice que son inconformistas. Porque cuestionan todo y "son" agresivos; mejor dicho "violentos". Porque a todo le sacan chispa. Porque quieren tener razón en lo tocante a su forma de vestir, a la forma de colaboración en las tareas domésticas, al horario para volver a casa, al uso del tiempo libre, al rendimiento que hacen de los estudios y a la perspectiva de futuro, al referirse a los amigos y amigas, constituidos en "su otra familia", a los secretos y a las mentiras. Sin embargo llega a perderse de vista la necesidad de experimentar y explorar para aprender a afrontar situaciones hasta ahora desconocidas y a las que no pueden asomarse los padres y las madres, a las que han de enfrentarse solos los adolescentes, acercándose, practicando y equivocándose unas veces, y otras acertando. Es decir, haciendo lo que hacemos todos para llegar a ser expertos, autónomos, autosuficientes y responsables, para poder concluir lo que es conveniente y lo que no lo es. Es posible que la forma de conseguirlo de aquellos adolescentes más rebeldes, los más etiquetados, los más estigmatizados incluso por los que se abanderan de luchas contra el estigma, no sea la más conveniente. Pero olvidamos los mensajes, personales y sociales, con que se encuentran, la atención, dedicación y orientación que han tenido en su infancia de padres/madres y otros adultos de su alrededor y la violencia social en la que están inmersos: destrucción de puestos de trabajo, privatizaciones masivas, "pelotazos" ejemplares, entre algunos de los ejemplos estelares del momento crítico en el que ellos también viven. Por otro lado, es posible que dejemos de recordar el sufrimiento que lleva afrontar una etapa de la vida caracterizada por múltiples e intensos cambios, con exigencias por todos las partes. Finalmente, los adolescentes con trastorno de conducta, utilizan sus capacidades para afrontar su realidad y adaptarse a ella.

La forma en que podemos colaborar las enfermeras es con la serie de intervenciones aunadas en DEMOS INTERÉS A LA ADOLESCENCIA.3 Se caracteriza por el diálogo, el fomento de la expresión emocional, las muestras de interés y empatía con los adolescentes, para que puedan llegar a comprender la trayectoria de los otros, sobre todo cuando los otros son sus padres y madres, que también están sumidos en un proceso de sufrimiento.


Bibliografía

1. Schenetti M. Comprender el dolor infantil. 1ª Edición. Barcelona: Grao, 2011.

2. Oliva Delgado A. Afecto parental, resiliencia y desarrollo positivo en la adolescencia. Jornada Relaciones familiares basadas en el buen trato y en el vínculo seguro. Bilbao: Departamento de Empleo y Políticas Sociales. Gobierno Vasco, 2014.

3. Marqués Andrés S. Cuidar, cuidado y Enfermería: El cuidado como valor ético. Temperamentvm, 2010 [Citado el 8 de julio de 2014]; 11. Disponible en https://www.index-f.com/temperamentum/tn11/t7370.php.

4. Marqués Andrés S. El sufrimiento de los adolescentes diagnosticados de trastorno de conducta. TD. Universidad Complutense de Madrid, 2014 [Citado el 8 de julio de 2014]. Disponible en https://eprints.ucm.es/25025/1/T35298.pdf.

5. Goofman E. Estigma. La identidad deteriorada. 2ª Edición. Buenos Aires: Amorrotu. 2012.

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