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Investigación y despilfarro, o de cómo se produce la expatriación del conocimiento científico

Ángel Alfredo Martínez Ques,1 Sergio R. López Alonso2
1Director de Ética de los Cuidados. 2Dispositivo de Cuidados Críticos y Urgencias, CS San Miguel, DS Costa del Sol, Servicio Andaluz de Salud. Málaga, España

Correspondencia: C/ Sierra Martiña 40-2ºD, 32005 Ourense, España

Etica de los Cuidados 2010 ene-jun; 3(5)

 

 

 

Cómo citar este documento

Martínez Ques, Ángel Alfredo; López Alonso, Sergio R. Investigación y despilfarro, o de cómo se produce la expatriación del conocimiento científico. Etica de los Cuidados. 2010 ene-jun; 3(5). Disponible en <https://www.index-f.com/eticuidado/n5/et7400.php> Consultado el

 

 

 

    De derroche de conocimientos es necesario hablar al referirnos a la política española en materia de investigación en salud. Si John Salt1 señalaba como derroche de cerebros a una situación en la que se producía un despilfarro de conocimientos, este despilfarro es también la mejor manera de describir al extraño y perverso fenómeno que ocurre con la investigación en España. Ya no es que se fuguen los principales activos de la ciencia e inteligencia de nuestro país, sino más bien ahora estos investigadores se limitan a expatriar conocimiento. De este modo, las investigaciones generadas en España se publican de forma creciente en inglés y decreciente en español [figura 1]. Además, como se aprecia en esta figura, el tipo de estudio más publicado en inglés le corresponde a los ensayos clínicos. El ensayo clínico controlado aleatorizado es hoy por hoy la mejor herramienta para evaluar la eficacia y seguridad de cualquier intervención, y se considera el diseño que proporciona la evidencia más robusta en las relaciones causales. Y esto ocurre con el beneplácito de las políticas que de manera muy directa lo están incentivando.

Hablamos de la financiación de la investigación en salud, proveniente de fondos públicos, lo que debería ser una garantía frente al despilfarro. Sin embargo sucede lo contrario, que el conocimiento financiado se envía a países anglosajones en busca del mayor factor de impacto que poseen sus revistas en una comunidad científica que ellos enaltecen de internacional. Esto es así porque en la política de subvenciones prima el impacto anglosajón, en detrimento de nuestro castizo y vilipendiado idioma que, por dicha o desdicha cuenta también con factores de impacto entre nuestras revistas científicas. Y eso, sin que lo sepa el mismísimo Instituto Cervantes, lo que eleva la situación al absurdo. Si se incentiva la difusión del castellano, ese incentivo debe incluir a la diseminación científica.

Ocurre actualmente que los investigadores en salud, médicos, psicólogos, farmacéuticos y enfermeras que precisen alguna ayuda para sus investigaciones deben hacer acopio de un buen currículum, la mayoría de las veces, viéndose obligados a publicar en el extranjero. La razón de todo ello se debe a que la baremación de méritos en la convocatoria de subvenciones y ayudas a la investigación biosanitaria a través Instituto de Salud Carlos III exige unos indicadores que emanan de una empresa extranjera y con ánimo de lucro (Thompson Scientific).

La opacidad y falta de integridad en el procedimiento de cálculo del factor de impacto de esta empresa, y por tanto su validez científica, ha sido destapada en una editorial demoledora de la revista The Journal of Cell Biology,2 sumándose a las anomalías detectadas anteriormente por otros autores.3-5 Rossner et al., en esta editorial comentada, señalan que del mismo modo que los investigadores no aceptarían las conclusiones de un artículo científico sin ver los datos originales, tampoco deberían confiar en el factor de impacto de Thomson Scientific, el cual está basado en datos ocultos. Además, sugieren que los investigadores calculen sus propios valores bibliométricos a través de plataformas web de acceso libre y transparente como PubMed, PubMed Central, Google Scholar o Scielo.

Por nuestra parte, es preciso afirmar que los investigadores y documentalistas españoles tienen hechos los deberes con la producción de numerosas revistas científicas y bases de datos de distintas disciplinas (IME, CUIDEN, PSICODOC, ISOC, etc) y desarrollados sus indicadores bibliométricos (IMEcitas o CUIDEN citación). No obstante, los organismos públicos nacionales y/o autonómicos ignoran dichos instrumentos y destinan una gran partida presupuestaria a los servicios prestados por Thompson Scientific, a pesar de que parte de ellos fueron financiados por dichos organismos.

Más allá de ignorar nuestras bases de datos e indicadores bibliométricos, se encuentra el hecho de que el peso de las revistas en lengua inglesa es muy superior a las editadas en lengua castellana para el cálculo del factor de impacto de Thompson Scientific. De ahí, que los científicos e investigadores españoles asuman a regañadientes este hecho, y se echen a la carrera a publicar en el extranjero en la lengua de Shakespeare en busca de unos puntos adicionales para el baremo de las convocatorias. Y es así como, se evade la inversión en conocimiento financiado con fondos públicos.

Tal situación no es exclusiva del ámbito sanitario, padeciéndose también para la acreditación del profesorado universitario lo que dio lugar a una moción en el Senado por la que se instaba al Gobierno a la revisión de los procedimientos relacionados con la evaluación de la actividad investigadora de los docentes. En este sentido la Comisión de Ciencia e Innovación del Senado, en sesión del 18-2-2009 aprobó una serie de propuestas entre las que se puede destacar la relativa a que no se penalizará la publicación en las lenguas españolas u otras que resulten adecuadas a la temática de la investigación. Tendremos que esperar, nos tememos, a que se aplique esta misma lógica a las becas y ayudas del Fondo de Investigaciones Sanitarias. Y por esa misma razón mientras no cambie, esteremos despilfarrando conocimiento. En este mismo sentido, aunque más acuciante si cabe, es el caso de las revistas científicas en Enfermería publicadas en castellano cuya situación es alarmante, ya que no figura una sola en la base de datos de Thompson Scientific. Con lo que además de penalizar el castellano se invisibiliza una fuente de conocimiento de un área disciplinar que es un referente a nivel mundial, acorde a la sobradamente conocida demanda que de estos profesionales se hace desde países como Gran Bretaña, Portugal, Francia, Italia o Suecia, entre otros.

El caso es que, en investigación en salud, debemos cuidarnos. La investigación viene bien, porque nos ayuda a ser más eficaces contra las enfermedades y a encontrar los mejores remedios posibles. Ese es el sentido de la investigación traslacional, que promueve que los hallazgos científicos sean rápidamente aplicables a la mejora de los cuidados de los pacientes. Esto coincide con la política impulsada por la Presidencia del Gobierno, y con la voluntad del Ministerio de Sanidad. Por ello no se entiende este derroche en forma de perdida del saber, de descubrimientos necesarios que se disfrutan y utilizan más allá de nuestras fronteras. Es un conocimiento evadido, que sufrirá un retardo en implementarse, ya que el consumo de literatura científica en inglés por parte de las enfermeras no alcanzaba el 10% hace apenas una década,6 y un elevado porcentaje de nuestros médicos (y enfermeras) presenta una edad media superior a 50 años,7 por lo que su formación curricular incluía el francés como segundo idioma. Sería de justicia facilitar la difusión -en español- del conocimiento generado con fondos públicos entre nuestros profesionales sanitarios, quienes lo pueden verter inmediatamente sobre la misma población que financió con sus impuestos dichas investigaciones.

Algo de esto quiere cambiarse con la nueva Ley de Ciencia. Así se dice en su anteproyecto que los investigadores cuya actividad investigadora esté financiada con fondos de los Presupuestos Generales del Estado harán pública una versión digital de la versión final de los contenidos que les hayan sido aceptados para publicación en publicaciones de investigación seriadas o periódicas, tan pronto como resulte posible. Esta última coletilla resulta inquietante, esperamos que ese pronto posible no dependa de los editores de las revistas que suelen gestionar los derechos de autor. En buena lógica, mientras el sistema de baremación persista, la versión tiene más posibilidades que sea en inglés. Es hora de aplicar la austeridad en el gasto público. En tiempos de crisis es imperativo arreglar esta gotera de la ciencia. Teniendo en cuenta que el factor de impacto tiene una gran influencia en decisiones cómo el otorgamiento de ayudas o becas, carrera profesional o reconocimiento de mejoras salariales, esperamos que la situación cambie, o la próxima vez tendrán que leer nuestros artículos en otro idioma que no sea el castellano.

Bibliografía

1. Subdirección General de Estudios del Sector Exterior. La fuga de cerebros. Revista BICE. 2003; nº 2775: 3-7. Disponible en: https://www.revistasice.com/cmsrevistasICE/pdfs/BICE_2775_03-07__11A27EDF166A321194BACFCFF2602C08.pdf [Consultado el 25/3/2009].
2. Rossner M, Van Epps MH, Hill E. Show me the data. J Cell Biol. 2007; 179: 1091-2.
3. Monastersky R. The number that's devouring science. The impact factor, once a simple way to rank scientific journals, has become an unyielding yardstick for hiring, tenure, and grants. Chron High Educ. 2005; 52: A12.
4. Editorial. Not-so-deep impact. Research assessment rests too heavily on the inflated status of the impact factor. Nature. 2005; 435: 1003-4.
5. The PLoS Medicine Editors. The impact factor game. It is time to find a better way to assess the scientific literature. PLoS Med. 2006; 3: e291.
6. Martín Castilla S, Alonso Arévalo J. Estudio de los hábitos, conducta y necesidades de información de los docentes, profesionales e investigadores de enfermería. 1999. En: Jornadas Españolas de Documentación en Ciencias de la Salud, Santiago de Compostela (España), 4-6 November 1999.
7. Ministerio de Sanidad y Consumo. Informe anual del Sistema Nacional de Salud 2006. Madrid: Ministerio de Sanidad y Consumo; 2008.

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