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Etica de los Cuidados ISSN:1988-7973 2016; 9(18): et11153

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Ebrio de enfermedad y otros escritos de la vida y la muerte
Anatole Broyard
Editorial La uña rota
Segovia, 2013

Autoras del comentario:
Nani Granero-Moya (Enfermera, Hospital S. Juan de la Cruz, Úbeda (Jaén), España)
Susana de Castro García (Enfermera, Directora SP 061 Jaén, Empresa Pública de Emergencias Sanitarias, Jaén, España)

Ética de los Cuidados 2016 jul-dic; 9(18)

 

 

 

Cómo citar este documento

Granero-Moya, Nani; de Castro García, Susana. Ebrio de enfermedad y otros escritos de la vida y la muerte, de Anatole Broyard [comentario de texto]. Ética de los Cuidados. 2016 jul-dic; 9(18). Disponible en <https://www.index-f.com/eticuidado/n18/et11153.php> Consultado el

 

 

 

    La literatura es una herramienta útil para profundizar en la complejidad de la vida.1 A través de las narraciones se amplían nuestras perspectivas y el mundo se hace más grande.2 Por medio de lo que se nos cuenta el lector entra en contacto con problemas o experiencias que no podría conocer de otra manera.3 Así, puede resultarnos más sencillo entender, por ejemplo situaciones tan trascendentes como son aquellas que tienen que ver con la enfermedad o la muerte.

El libro que hoy comentamos nos proporciona, precisamente, un valioso testimonio de la vivencia de una persona en la última etapa de su existencia. Esta es la historia de Anatole Broyard, uno de los críticos más influyentes del suplemento literario de The New York Times. Cuando en 1989 le diagnosticaron un cáncer de próstata, Anatole decidió escribir sobre su vida y la experiencia de su afección. El resultado fue este librito, publicado tras su muerte en 1990. Un relato lleno de reflexiones, en las que no falta el humor, construidas desde la rivera salvaje de la enfermedad y a partir de su idea de que el ser humano necesita de la narración cuando enferma para poder comprender y aceptar su padecimiento.

El texto comienza con un prólogo de Oliver Sacks, médico que escribió interesantes libros sobre las vivencias de personas con enfermedades neurológicas (El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, Despertares...) y sobre sus propios males (Gratitud). En él se nos ofrecen algunas pinceladas sobre el modo en que Broyard se relacionó con su enfermedad. Al mismo tiempo se apuntan algunos de los temas tratados en los distintos capítulos: la libertad que otorga el hecho de enfermar, la necesidad del ser humano de convertirse en narrador de su dolencia o las cualidades que debería tener el médico que trata a pacientes en el final de su vida. Finalmente, no escatima Sacks en elogios hacia los escritos de Broyard y los equipara con las historias de otros importantes narradores sobre esos temas como fueron Tolstoi (La muerte de Ivan Illich) o Susan Sontang (La enfermedad y sus metáforas). Con estas premisas vamos haciendo ganas para continuar con la lectura.

Lo que nos encontramos es un puzle en el que se han enlazado distintas narraciones agrupadas en seis capítulos. En la mayoría de ellos palpita el deseo reiterado de enarbolar un estilo propio para convivir con sus problemas de salud (estar enfermo y moribundo es sobre todo y en gran medida una cuestión de estilo). Y podemos apreciar el empeño del autor en hablar, en contar, en describir, para agarrarse a su yo de antes y evitar que la enfermedad, como si fuera la poción de Alicia, acabe por empequeñecerlo y transformarlo en una versión odiada y desconocida de sí mismo.

El primer capítulo, Ebrio de enfermedad, apenas consta de tres páginas. Es el que nos introduce en la experiencia. Después del diagnóstico, emergen a borbotones un montón de ideas tras la conciencia de la finitud cercana (Entendí que la vida tiene un plazo de entrega). El autor, con palpable euforia, parece resuelto a desafiar al cáncer y habla sobre su deseo de vivir. Utiliza expresiones y palabras cargadas de energía, se siente muy agudo, expresa el deseo de disfrutar de la enfermedad al tiempo que la padece y acaba concluyendo como Sartre que hay que vivir cada momento como si estuviera uno preparado para morir.

En el segundo, Hacia una literatura de la enfermedad, los protagonistas son los libros y la narración. Como más adelante nos dirá su mujer en el epílogo, la larga historia de amor que mantuvo con los libros y la escritura le otorgó puntos de referencia, coordenadas, metáforas y actitudes que le permitieron estar vivo y ser él mismo hasta que tal cosa ya no fue posible. Encontramos, entonces, referencias a libros y escritores que trataron el tema de la enfermedad en sus textos. Entre las obras de ficción sus favoritas son las de Thomas Mann (La montaña mágica) y Malcolm Lowry (Bajo el volcán). Al referirse a libros de no ficción escritos por personas que habían estado o estaban enfermas va dando cuenta de las cosas que para él son importantes. No le gustan aquellos escritos demasiado profesionales que se limitan a enumerar síntomas o describen problemas físicos o técnicos. Lo valioso de las narraciones sobre la enfermedad estriba, para Broyard, en profundizar en otros aspectos no abordados habitualmente. Aspectos emocionales o espirituales que aluden al sentido de la vida, al modo en que la enfermedad transfigura o al estilo de afrontamiento.

Hay una segunda parte en este capítulo. La que reivindica el poder de la narración para controlar la enfermedad. Broyard nos transmite una necesidad imperiosa de contar lo que le ocurre, parece que escribe para sobrevivir al contratiempo y para encontrar su camino.4 Los relatos son anticuerpos contra la enfermedad y el dolor. Es como si al contar lo que sucede de alguna manera se le pusieran límites y como si a través de las palabras las personas pudiesen seguir manteniendo su condición de humanos.

El paciente examina al médico es el tercero de los capítulos. Reflexiona sobre la relación clínica y las cualidades que el médico debería tener para ser un médico bueno. Al leer estas páginas he recordado lo escrito por alguien que falleció también por cáncer en el año 2013: Albert Jovell. Hay un gran paralelismo entre lo expresado por Broyard y lo relatado por Jovell en su obra El médico social. Supongo que lo habría en todos los casos en los que se preguntase a los pacientes acerca de esto. Broyard quiere un médico que sepa tratar su cuerpo y su alma, que sepa llegar a su carácter, que lo "reconozca" más allá de la enfermedad física, que vaya más allá de la ciencia y llegue a la persona. Busca un médico humanista que no mire al enfermo como si estuviese mirando el paisaje, un médico que, además, haya aprendido a conversar. Y es que los enfermos buscan también la esperanza en el diálogo, se sienten reconfortados cuando se consigue establecer una buena comunicación con los profesionales sanitarios5 porque al mismo tiempo que la enfermedad, en muchos casos se contrae también una interrogatividad que deja al alma fibrilando. (Pura poesía).

En el capítulo cuatro, Notas de un diario, el estilo es diferente. Aquí se van desgranando algunas reflexiones sobre cuestiones diversas. Así, por ejemplo, hay textos que nos acercan a escenarios clínicos cotidianos. Es el caso de un párrafo en que la disertación versa sobre la obstinación terapéutica que, en ocasiones, acompaña a la persona que está próxima a la muerte. Anatole dice que arrancar unos cuantos días más por medios mecánicos es un error, y entiende que el empeño por mantener el tratamiento hasta el último momento resulta obsceno al tiempo que considera que sería mejor dejar ir al paciente deslizándose hacia la muerte. Para los profesionales sanitarios es este un texto altamente recomendable, sin duda un buen ejemplo de lo que puede aportar la narrativa a la enseñanza de la bioética. Más adelante el autor nos hablará sobre lo conveniente de realizar documentos de últimas voluntades en los que las personas resumirían sus satisfacciones y sus pesares y que serían, dice, punto final a la larga fase que es la vida. También intercala rotundos aforismos: el médico tiene el cometido imposible de intentar reconciliar al paciente con la enfermedad y la muerte o lo que importa es el paciente, no el tratamiento. Por otro lado, deja traslucir aquello que le preocupa y a lo que teme: el miedo a desarrollar un falso yo, a convertirse en un monstruo. Al mismo tiempo también nos explica aquello que puede producir consuelo: el deseo de vivir, de estar con otros, de hacer cosas, de volver a su vida.

En La literatura de la muerte, penúltimo de los capítulos, encontramos a un Broyard anterior a la enfermedad que se acerca a lo publicado sobre el final de la vida desde su condición de crítico literario. Aquí se recogen escritos suyos realizados entre 1981 y 1982. Revelan su deseo de comprender la enfermedad y la muerte y de incorporarlas a la vida como parte de lo cotidiano. Destaco uno de los textos del capítulo, llamado Domesticar la muerte. En él se reseña el libro de Lisl Goodman, Death and the creative life en el que se sostiene entre otras cosas que si vivimos plenamente, la muerte se percibe como algo natural en vez de como una interrupción "absurda".

Finalmente el libro termina con el relato: Lo que dijo la citoscopia. Fue publicado en 1954 y en palabras de Sacks se trata de un relato intenso y muy personal sobre la enfermedad y la muerte de su padre. Escrito con apasionamiento, muestra su desesperación, su enfado y su sufrimiento ante la pérdida. Una pérdida que comienza tras el diagnóstico y que se va sucediendo en dramáticos episodios hasta terminar con el relato del último viaje que genera en el lector un enorme desasosiego.

Y con esto acabamos. Creemos que las palabras de Juan José Millás, cuando recomendaba la lectura de este libro hace ya un tiempo, pueden ser apropiadas para cerrar nuestros comentarios: Si eres mortal, deberías leer este libro. Si eres inmortal, también.6


Bibliografía

1. Domingo Moratalla T. Bioética y cine. De la narración a la deliberación, Madrid: San Pablo, 2011.
2. Domingo Moratalla T. Feyto Grande, L. Bioética narrativa, Madrid: Escolar y Mayo, 2013
3. Nussbaum M. El conocimiento del amor, Madrid: Machado Libros, 2005
4. Heath I. Ayudar a morir., Buenos Aires: Katz Editores, 2008
5. Jovell A. El médico social. Apuntes para una medicina humanista. Barcelona: Prometeus editorial, 2012.
6. Millás JJ. El metacáncer, El país, 7/junio/2013. Disponible en
https://elpais.com/elpais/2013/06/06/opinion/1370541244_056126.html Consultado 4 Julio-2016.

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