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Enfermer�a Comunitaria (revista digital) ISSN: 1699-0641

 

 

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La medicalización de la vejez

Julia Ledo García,1 Laura Rigat Sanchisc,2 Marisa Bosch Pons,2 Rosa Canals Morta2
1
Diplomada Universitaria en Enfermería (DUE); Licenciada en Antropología Social y Cultural; Máster en Antropología de la Medicina y Salud Internacional; Doctoranda en Antropología de la Medicina. CAP La Granja. Torreforta (Tarragona), España.
2 DUE. CAP La Granja. Torreforta (Tarragona), España

Manuscrito aceptado el 12.1.2010

Enferm Comun 2010; 6(2)

 

 

 

Cómo citar este documento

Ledo García, Julia; Rigat Sanchisc, Laura; Bosch Pons, Marisa; Canals Mota, Rosa. La medicalización de la vejez. Enfermería Comunitaria (rev. digital) 2010, 6(2). Disponible en <https://www.index-f.com/comunitaria/v6n2/ec7270.php> Consultado el

 

Sra. Directora: Por el término "medicalización" entendemos la influencia de la medicina en numerosos aspectos de la vida cotidiana, poniendo de manifiesto la influencia de la cultura occidental en cuanto a expectativas culturales, teorías y estereotipos acerca del envejecimiento y las formas de vivir y envejecer, así como la puesta en marcha de políticas públicas y sociales. La medicalización no es una función de la medicina, sino más bien un requisito funcional del sistema para concretar claros objetivos de control social a través de estrategias de normatividad, disciplinamiento y estigmatización.1

En realidad, "la medicina siempre ha ejercido un poder de control social determinando conceptos como salud/ enfermedad, normal/ patológico, estableciendo un orden normativo, que ha venido incrementándose desde la modernidad con la conquista de un auténtico estatuto científico, profesional y político".2

"La medicina medicaliza la vida a través del lenguaje y la manera en que éste organiza la experiencia y construye el mundo. Por un lado, la ciencia médica es un lenguaje técnico, con una terminología sistemática universal y unívoca, con un corpus lingüístico cuya influencia se extiende a otras disciplinas".3 Palabras que solían ser simplemente sinónimos de vejez, tales como "senil" se consideran hoy peyorativas. Como sostiene Foucault, a través del lenguaje, "la praxis médica traduce en sus propios términos la experiencia de la vida y construye un código de comunicación social que invade el lenguaje corriente".4

La ritualización de las etapas de la vida no es nada nuevo, pero sí su intensa medicalización. La supervisión médica a lo largo de toda la vida convierte la existencia en una serie de períodos de riesgo, cada uno de los cuales requiere un tutelaje especial.

Como dijo Iván Illich en su Némesis Médica: "de la cuna a la oficina y del Club Mediterraneè al pabellón de moribundos, cada cohorte cronológica se halla condicionada por un medio que define la salud para aquellos a quienes segrega".5

Nos ha resultado difícil encontrar definiciones del concepto vejez, ancianidad o tercera edad. Es complejo hallar diferencias significativas en cuanto a límites cronológicos, y más frecuente es tropezar con definiciones vagas, aunque todos, al parecer, tengamos claro de qué estamos hablando.

De hecho, el concepto vejez sólo aparece definido en términos económicos y de producción, con lo cual se considera que -a todos los efectos- la tercera edad coincide con la jubilación, que en la mayoría de las referencias encontradas se supone a los 65 años, aunque también aparece el concepto de "60 y más". El viejo/a es por tanto un ser humano que ya no produce para la sociedad.

Al igual que el concepto enfermedad, la noción de vejez es construida culturalmente de forma apenas perceptible condicionando expectativas e influyendo sobre las metas y las motivaciones individuales a lo largo del curso de la vida. Si bien este proceso puede construirse desde una perspectiva externa (la mirada del profesional) o desde una interna (la auto-percepción), la primera suele quedar legitimada e interiorizada por el individuo que acaba por hacer suyos los valores y saberes de la mirada médica de una forma comparable a la hegemonía de la que nos hablara Gramsci.6

Es decir, el sentimiento de envejecer viene siempre dado por la mirada estigmatizadora del otro social, para después ser interiorizada en uno mismo. Es ésta por tanto, una distinción biológica, que no hace diferencias entre vejez y envejecimiento.

Si se reflexiona sobre esta dimensión, vemos que hay un sentido y un significado.

"El sentido es la percepción que cada individuo tiene de su propia vejez -como estado- y sobre su envejecimiento -como proceso-. El significado es la valoración que los otros, la sociedad, la cultura o la ciencia hacen de ella".7

Vemos también que en cuanto a la práctica clínica, el individuo que pasa de los 65 años entra en una nueva categorización médica. A partir de ahí se supone que va a necesitar cuidados adecuados, vigilancia especial y de hecho, entrará sistemáticamente a formar parte de programas específicos que tienen que ver sólo con la edad.

De esta forma, -a través de la edad- se pasa de nuevo a ser tutelado por otro grupo de otra categoría de edad (hijos, parientes cercanos) o bien por las instituciones médicas (Programa de Atención Domiciliaria, "Programa del Vell frágil", vacunación del neumococo y gripe de forma sistemática, etc.) así como de programas formativos específicos o de entretenimiento adecuados a su edad (Asociaciones de jubilados, programas de educación para la tercera edad, viajes de Inserso, comidas populares, homenajes a centenarios, excursiones con promoción de artículos de venta, etc.) Es decir, los viejos no compran como los demás, no aprenden como los demás, no se divierten como los demás.

Resulta paradójico que junto a una oferta institucional de múltiples actividades, el espacio simbólico reservado a la vejez esté confinado y definido por la edad, aislado de otros grupos de adultos de los cuales el viejo está irremisiblemente apartado.

Por tanto, en la sociedad, el status dependiente no esta en función directa con el estado de salud del que envejece sino que se convierte en un "a priori", en un estereotipo.

Y es que el hecho de envejecer lleva aparejado un prejuicio sobre la disminución de la autonomía y de la competencia.

"La dificultad para llevar a cabo ciertas tareas como movilizarse o asearse, los fallos de memoria o la lentitud en el pensamiento conspiran contra el derecho que cada uno tiene a decidir sobre su propia vida".8

Así, vamos comprobando que a medida que va avanzando la edad se considera ésta por sí misma un límite para el ejercicio de la autonomía, justificando actitudes sobreprotectoras y paternalistas.

Los ancianos están limitados en el uso de su tiempo, en sus comidas, en la esfera de lo sexual, económico y en definitiva, en sus elecciones más elementales. Detrás de estas actitudes está la idea de que el viejo no termina de ser alguien habilitado para decidir cómo quiere vivir, presuponiendo una serie de déficits elementales que hace que muchas veces se termine infantilizando y mutilando su autonomía por el resto de la sociedad. La sobreprotección a la que estamos acostumbrados conduce a la "estigmatización de un colectivo, pero paradójicamente, es un comportamiento que no genera desconfianza ni rechazo social sino todo lo contrario: la sobreprotección de la persona mayor, sobre todo cuando ésta sufre algún grado de dependencia, es una práctica arraigada en nuestro entorno".9

Al prestar cuidados a terceros, la tendencia es a ir tomando decisiones por el otro, al margen de la capacidad real que esa otra persona pueda tener para expresar y ejercer su voluntad.

El hecho de que este tipo de actitud en el trato con una persona adulta no provoque abiertamente un rechazo social es lo que lleva a algunos autores a hablar de la existencia de una cultura de la sobreprotección, que tendría su génesis en una visión restrictiva de las capacidades reales y de los atributos sociales de entidad personal de las personas mayores. Y es que no sólo se practica un reduccionismo al asociar el fenómeno del envejecimiento al discurso meramente biológico, sino que también la esfera de lo que es la experiencia individual, lo que denominamos "biografía" pasa a ser visto en sentido negativo y desvalorizado.

Así, el "reloj social" prescribe el comportamiento según la edad y anticipa qué es correcto y qué incorrecto.

Hemos visto que el sentido social está asociado a una ética del trabajo. Hacer es considerado más importante que ser y es la base de la categorización usual entre adultos. De hecho constituye la primera pregunta después del nombre y el estado civil. El significado personal, en cambio, es una construcción individual de identidad.8

Cotidianamente cada persona afronta unos retos dentro de una sociedad, teniendo en cuenta que cada uno de los factores más importantes y en los que estará más limitado son las interacciones e interrelaciones de su propio cuerpo con el otro.

"El proceso es complejo en varios sentidos. Primero, porque contiene una dimensión personal y una dimensión social, no siempre concordantes. Segundo, porque se configura sobre la base de menoscabos, discapacidades y minusvalías y se expresa en situaciones, rendimientos y vivencias. Tercero, porque contiene dimensiones valóricas implícitas, no siempre evidentes, que al generalizarse pueden no hacer justicia a ciertos grupos dentro de la población que envejece. Cuarto, porque necesariamente una homogeneidad en la conceptualización, si bien favorece el establecimiento de normas útiles para la generalidad, puede ser inaplicable en casos excepcionales, vulnerando principios de equidad y justicia".7

Bibliografía

1. Wortman, S. La biomedicalización del envejecimiento. (Internet) 2005 abril.  Disponible en: https://www.topia.com.ar/articulos/la-biomedicalizaci%C3%B3n-del-envejecimiento [Consultado el 2 de octubre de 2009].
2. Mainetti J. A. La crisis de la medicina. En MainettiLa crisis de la razón médica. Introducción a la filosofía de la medicina. La Plata: Quirón; 1988: p 9-20.
3. Mainetti, J.A. La medicalización de la vida. Electroneurobiología; (Revista en Internet) 2006; 14(3): 71-89. Disponible en: https://electroneubio.secyt.gov.ar/medicalizacion_de_la_vida.pdf [Consultado el 10 de marzo de 2009].
4. Foucault M. Un diálogo sobre el poder y otras conversaciones. Madrid: Alianza Editorial; 2001.
5. Illich I. Némesis médica. La expropiación de la salud. Barral. Barcelona; 1975.
6. Gramsci, Antonio. Notas sobre Maquiavelo sobre la política y sobre el Estado moderno. Buenos Aires: Nueva Visión; 1984.
7,10. Lolas Stepke, F. Las Dimensiones bioéticas de la vejez. Acta bioeth. 2001; 7(1): 57-70.
8. Outomuro, D. Algunos dilemas bioéticos en torno a la vejez. Rev Arts Médica, Pontificia Universidad Católica de Chile. Santiago de Chile, 2003; 8: 8 (Internet). Disponible en:
https://escuela.med.puc.cl/publ/arsmedica/ArsMedica8/Art05.html  [Consultado el 5 de abril de 2010].
9. Anna Pardo. La cultura de la sobreprotección. Rev Mult Gerontol. 2005; 15(3): 165-170.

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